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No sé si se habrán fijado ustedes, pero el hablar de líneas se está convirtiendo en casi un deporte nacional y no solo eso, además hasta les ponemos color rojo para que destaquen, para que las veamos mejor, para que nos suenen a advertencia o peligro. Es como los "brotes verdes" de nuestro anterior gobierno, verdes porque es el color normal de todo brote que se precie y al mismo tiempo de dudosa e imprevisible aparición. Las líneas es otra cosa, las ponemos y las quitamos cuando nos parece bien o cuando nos parece demasiado mal. Y quien las pone, las marca, parece decirnos algo así como "a ver quién es el chulo que las traspasa" o también "ni lo intentes forastero". Son como líneas fronterizas que separan a los buenos de los malos, líneas que ofrecen la suficiente proximidad pero sin el roce porque ya saben ustedes eso que se dice de que "el roce hace el cariño" y entre buenos y malos eso no va y habría que ver quién sería el que realmente estaría dispuesto a tirar la primera piedra, pero sin esconder la mano, claro, que de eso también sabemos mucho. Si me dan ustedes a elegir, yo prefiero las blancas, esa líneas que bordean canchas y campos deportivos y que si las traspasas cuando no debes hacerlo, a lo mucho que te arriesgas es a perder momentáneamente la jugada y a que te suelten una pitada, deportivamente hablando, se entiende.