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Lees, nuevamente, en "Sa Penya del Barça", el cartel: "Hace un día precioso, verás como viene alguien y lo "joroba". "¡Tonterías!" –te dices en absurdo soliloquio-. Tras las amistosas pullas con Seo, con Juan, con Bonet y con tantos otros (todos van últimamente con calculadoras para dirimir quién tiene más posibilidades de ganar la Liga) te despides y sales a la calle, reconfortado con su amistad. "Verás como viene alguien…" "¡Tonterías!" –te repites-. Es la misma calle en la que el "pesado" del barrio (más hablador que tú, lo que, ya de por sí, constituye un verdadero "pichichi" lingüístico) acecha a sus posibles víctimas hábilmente agazapado, hoy, tras un contenedor. Para rehuir su atraco a lengua armada te ocultas en el "super" donde, nervioso por la que se avecina, compras, sin ton ni son, un rábano. Sales con prudencia y observas, aterrorizado, como el orador, el multi galardonado artista incomprendido, ese que cuando te pilla te sujeta a la acera con su no encorsetada verborrea, sigue allí… Sutilmente intentas llegar a tu casa, pero los ojos del ínclito "tertuliano" y pintor se han posado ya sobre ti. Esquivándolo te refugias en la ferretería del bueno de Albert y compras una escobilla. Pero todo resulta inútil… La librería de la esquina es una nueva posibilidad. Sales de ella con diez cromos de no sé que de "goma esponja" o algo parecido… Y es en ese preciso momento cuando te preguntas qué carajo haces tú paseando por tu calle con un rábano, una escobilla de retrete y diez cromos de una especie de nauseabundo personaje amarillento. Pero, y pese a todos tus intentos, el "pesado" sigue ahí. Y recuerdas amargamente el letrerito de marras. Porque sigue ahí, sí, oculto, a la espera de alguien que se mude en auditorio. Sin embargo y efectivamente, hace un día precioso… "Esta vez no va a atraparme" –te propones-. Y ante su acoso entras en un nuevo establecimiento que resulta ser de lencería. Nueva interrogante existencial: ¿qué haces en una tienda de ropa interior de señoras? Temes la pregunta de la dependienta. Y la dependienta, ¡natural!, va y te la formula. Se te presentan dos opciones: o inventarte así de pronto una "novieta" o correr el riesgo de que la susodicha, que está de muy buen ver, vaya a pensar que te dedicas ahora al "travestismo". Así que compras cosas sin saber muy bien el qué… A la salida, destrozado, compruebas que ha sido peor el remedio que la enfermedad. Sigue haciendo un día precioso, pero ahí está él, esperándote, en el quicio de la puerta, para contarte la incomprensión que el mundo entero tiene hacia su obra, sobre… Y ahí estás tú también con tu rábano, tu escobilla, los diez cromos de ese personaje que cada vez te cae peor y la ropa interior de señorita, lo que ocasiona en el "pesado" un inesperado y lacerante ataque de hilaridad…

Dos horas más tarde logras librarte de la amena conversación del susodicho, mientras adquieres la convicción de que acabas de ganarte una parcela importante en el cielo.
Hace un día precioso, de eso no hay duda… O lo hacía. Entras luego en un bar y ante unos comprensibles retortijones te apresuras hacia los lavabos. El nuevo establecimiento es muy "chic" y cae ya en los extrarradios de tu barrio. Los retortijones aumentan de tal manera que, a duras penas, logras alcanzar los retretes. Dos puertas. Fruto de la modernidad, el dueño de la cafetería ha optado por el arte abstracto y ha sustituido las típicas imágenes del señor y de la señora de todos los lavabos del mundo civilizado por una especie de símbolos que no logras descifrar. Pero ahora no estás para disquisiciones filosófico-estéticas, así que, guiado por el heroísmo, entras en la puerta de la izquierda. Un grito y un bolsazo te indican que no entiendes de arte abstracto. Se lo intentas explicar inútilmente a la señora, que sale despavorida del lugar al grito de "¡Sátiro!"…
Hace un día precioso, precioso, precioso de narices…

Te sientas luego, envejecido, en un banco en busca de un poco de paz. Se te acerca una abuelita con un perrito diminuto pero que se caracteriza por una inusual mala leche. Al presumirte como fumador (¿?), y mientras el perrito, sí, ese con la mala leche inusual, confunde tu pierna izquierda con un olmo o con un pino o con vaya usted a saber qué, la abuela inicia una cruzada contra tu inexistente vicio y te explica pormenorizadamente los peligros del tabaco aludiendo a infartos, a diversos tipos de cáncer, etc… Por si fuera poco, reaparece en lontananza, nuevamente, el "pesado" incomprendido. Como no te quedan locales donde refugiarte y no piensas recurrir de nuevo a la tienda de lencería (400 euros de marras) te armas de valor y besas apasionadamente a la anciana, en la esperanza de que dos cuerpos fundidos en tan erótica actitud sean inmejorable camuflaje. Pasado el peligro te despides de la viejecita que, curiosamente, parece haber rejuvenecido…

Efectivamente, hace un día precioso…

Llegas finalmente a casa, destrozado. Roig te pregunta que qué tal el paseo. Tú optas por no contestar. Te derrumbas literalmente sobre el sofá. Pero una "Movistar" incansable se preocupa telefónicamente por ti. Coges el auricular y, tras decirle al operador que le dejas en espera, pegas el teléfono al televisor (con muy mala uva, todo sea dicho de paso) para que escuche unas declaraciones de Montoro. Al cabo de diez minutos te reincorporas a la conversación y compruebas que el tío de "Movistar" sigue ahí, incansable, ajeno al desaliento. Finges voz de señorita y le dices que, aunque aquello es un fijo, has quedado fuera de cobertura. Cuelgas.

Hace un día precioso… Se puede divisar desde el balcón. Un día precioso que juguetea, ilumina y mejora la calle que yace a tus pies. Hace un día precioso que se puede divisar desde el balcón, sí, como se pueden divisar también en el mueble de la entradita el rábano, la escobilla, los cromos y la lencería de señora… Hace un día precioso…
Abres la tele y un crítico de arte (en estas circunstancias recuerdas con asiduidad el cuento del traje y del rey desnudo) te habla de lo abstracto. Aún te duele el "bolsazo" de la señora y por ello, probablemente por ello, contraviniendo la educación recibida, le haces un corte de mangas al personajillo de turno…

Te acercas a la cocina para medicarte y medicar a Roig. Pensando aún en la posible utilidad que podrías dar al rábano (no sabes cocinar), a la escobilla (ya tienes una), a los cromos (se te pasó el arroz) y, naturalmente, a la ropa interior de señora (aquí, probablemente, también se te pasó el arroz), te equivocas e ingieres accidentalmente la pastilla del perro. Asustado, telefoneas a "urgencias" y les explicas el caso. Un médico (¡tenía que ser andaluz!) y entre risitas de fondo, te tranquiliza: no hay nada que temer. Aunque, el muy capullo, añade: "¡Ahora bien, si empieza a ladrar, venga aquí sin demora!" Y tú, ¡natural!, te acuerdas de su madre y de toda su familia…

Hace un día precioso…

Al acostarte completas mentalmente el texto del cartelito de marras: "verás como viene alguien y lo joroba". "¿Alguien?" –te preguntas- "¿Alguien?".

Mogollón, Roig, mogollón…

Y Roig suelta, a modo de buenas noches, una sonora carcajada, mientras tú compruebas que, afortunadamente, no has empezado todavía a ladrar…