En la primera mitad de los años cincuenta irrumpió en el panorama de las letras españolas un grupo de jóvenes unidos por una misma actitud inconformista, que aspiraban a manifestar su disconformidad con la dictadura militar dominante y testimoniar, a la vez, una realidad social que distaba mucho de la que proporcionaban los medios de comunicación controlados por la dictadura franquista. Movidos por su responsabilidad social y su actitud ética y cívica, intentaron transmitir una imagen de la realidad española que, aunque ficticia, fuese lo más fiel posible a la auténtica y, así, convirtieron, en muchos casos, su obra en un verdadero espejo de la sociedad que les tocó vivir. Ignacio Aldecoa (Vitoria,1925-Madrid, 1969) formó parte de este grupo. Nacido en el seno de una familia burguesa vasca próxima al nacionalismo vasco, pronto mostró su inconformismo en las aulas y pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. Su traslado a Madrid, en 1945, para continuar sus estudios, que no llegó a acabar, propició su encuentro con otros jóvenes inquietos- Jesús Fernández Santos, Sánchez Ferlosio, Alfonso Sastre o Josefina Rodríguez, con la que se casaría posteriormente- futuros escritores que hicieron sus pinitos literarios en las publicaciones del sindicato vertical (SEU), entonces de afiliación obligatoria para los estudiantes, fuera del cual todo intento de iniciativa cultural era perseguido y reprimido.
Después de una efímera tentativa en el ámbito poético, de la que son fruto sus dos únicos poemarios Todavía la vida (1947) y El libro de las algas (1949), Aldecoa publicó sus primeros relatos en revistas de la época. Su vigorosa capacidad creadora fue recogida en dos libros que aparecieron casi simultáneamente en 1955: Espera de tercera clase y Vísperas del silencio.
Adscrito al movimiento neorrealista, se hizo eco de las tendencias estéticas en boga, aquellas que ofrecían un cauce apropiado para expresar su desazón existencial y política. En su narrativa se observan huellas de autores tan significativos como Baroja, Unamuno, Dos Passos, Hemingway, Faulkner o Truman Capote.
Considerado, con razón, uno de los mejores escritores de cuentos de la literatura castellana del pasado siglo, Aldecoa convirtió en materia novelable su profunda experiencia de la sociedad y la grave situación por la que atraviesa España en aquellos años crueles, los posteriores a la Guerra Civil. Creó un universo riquísimo en el que cede la voz, primordialmente, a los más desheredados, fruto de una actitud solidaria con los perdedores. Tras unos retratos fieles de la posguerra española, sus páginas nos hablan del hambre, la pobreza o la injusticia. Su relatos son fragmentos de vida, historias insignificantes, que, por su variada temática-los oficios, la guerra, la burguesía, los bajos fondos-, configuran un completo cuadro de la realidad social de entonces. Especialmente interesantes son estas otras tres recopilaciones: Caballo de pica (1956), Neutral corner (1962) y Los pájaros de Baden Baden (1965).
Por lo que respecta a la novela, Aldecoa nos dejó únicamente cuatro títulos, que son parte de un vasto proyecto consistente en tres trilogías que debían girar en torno a los oficios del mar, de las minas y el mundo de los guardias civiles, gitanos y toreros, esta última con un inconfundible rastro lorquiano. Andaba decidido en poner su atención a vidas y hechos que habían quedado fuera del campo de mira de la novela de posguerra. "Hay una realidad española que está casi inédita en nuestra narrativa" había afirmado públicamente. Su temprana muerte le privó de poder completarlas.
En la primera novela, publicada en 1954, El fulgor y la sangre, Aldecoa nos ofrece el retrato minucioso de un día en la vida del colectivo formado por los guardias civiles y sus familias en la casa cuartel de un pueblo castellano. La historia se centra en la noticia de que uno de los agentes ha resultado muerto en un pueblo próximo; la angustia por conocer su identidad invade a aquellas mujeres enclaustradas. Protagonistas son también aquellos hombres, convertidos por el miedo y la miseria, en instrumentos de la opresión.
El final de la obra nos muestra al responsable del crimen, un gitano, acuciado también por el hambre y la pobreza, huyendo por el campo y anticipa la historia de Con el viento solano (1956), obra en la que Aldecoa nos muestra lo ocurrido al otro lado del espejo, la perspectiva del agresor y su existencia atenazada por el miedo y los seis días de fuga, en los que conocerá la solidaridad de algunos personajes que se cruzan en su huida. Su amigo Mario Camús la llevaría, posteriormente, al cine.
Profundamente vitalista y aventurero, Aldecoa siempre reconoció su frustrada vocación marinera. Con Gran sol (1957), una excelente novela documental, rompió decididamente con la temática precedente para mostrarnos la vida de unos pescadores vascos embarcados en un pesquero de altura, esforzados trabajadores que buscan en las aguas atlánticas un modo duro de supervivencia. La muerte, a la que recurre de manera obsesiva en todas sus obras, hace también aquí acto de presencia. Diez años después publicó su última obra. Fiel a aquel realismo de sus inicios, Parte de una historia (1967) presenta, sin embargo, una novedad importante. En esta ocasión Aldecoa otorga el protagonismo a un joven burgués, alter ego del autor, quien cuenta, en forma de dietario, la experiencia vivida en contacto con unos pescadores de bajura, que viven en la isla Graciosa, donde el narrador pasa unos días.
La súbita y temprana muerte, a sus cuarenta y cuatro años, truncó una de las carreras literarias más prometedoras de la segunda mitad de siglo y frustró la continuidad de su proyecto literario, marcado por su preocupación por España y su experiencia vital que informan toda su obra.
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