Entre bambalinas, unas 150 vacas esperan su turno para entrar en escena. Parecen ajenas al bullicio, indiferentes a la expectación que se respira en el ambiente.
Como artistas en su camerino antes de subir al escenario, pasan el rato con aire desganado: algunas yacen pacientemente, otras hacen acopio de un refrigerio, pero todas lucen impecables. La Fira del Camp es su pasarela y no hay lugar para los imprevistos. Por ello, ante un súbito apretón, siempre hay un "mánager" dispuesto a recoger con un cubo sus inoportunas deposiciones y, en el caso de alguna salpicadura, se ayudan de un pañuelo de papel para limpiar los restos fecales de sus relucientes patas.
Las reses cambian estos días los pastos por el "vacastage", donde todas las atenciones se centran en que su apariencia resulte lo más glamourosa posible para obtener una buena posición en el certamen.
Tras el telón, los mozos dan los últimos retoques a sus vacas más preciadas, que ostentan nombres dignos de la alta nobleza. Antes han sido debidamente acicaladas y abrillantadas, y sus ubres resplandecen más voluminosas que nunca porque, como dice el refrán, ante la duda, la más tetuda.
Como si la cosa no fuera con ellas, observan con desinterés a sus "grupies". Quien sabe, tal vez la fama se les ha subido a la cabeza.
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