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Las "cosas" en historia suceden de la forma menos prevista. Y todas llevan su propio ritmo, su propia cadencia y siempre normalmente lenta. Casi nada sucede de la noche a la mañana.

Efectivamente, la historia sigue su propio curso ambientada en los sucesos que marcan la vida diaria de los pueblos. Así nos (me) lo enseñó el recordado Andreu Murillo, del cual guardo un grato recuerdo a pesar de que, con el tiempo, la afirmación de nuestras mutuas ideologías nos separase. Sus clases de historia en los cursos del Turismo del Ateneo (junto a Guillermo de Olives y a Margaret) marcaron época. Al menos para mí.

Los períodos de dificultades económicas son tiempos propicios para hacer emerger realidades. Nuestra isla hace años que no está bien tratada por el Gobierno de la nación y no digamos por el de la actual Comunidad autónoma. Entre los menorquines sigue subsistiendo la sensación histórica de que, aún en democracia, "Mallorca nos roba lo que puede". Es una asentada sensación de latrocinio histórico. Son múltiples los ejemplos de esta convicción que tienen muchos menorquines.

Así, pudiera ser que en Menorca se comenzara a vislumbrar algún tipo de añoranza basada en tiempos pasados que fueron mejores para nuestra isla. Incluso puede haber un grupo de menorquines que estén muy desairados con la efectiva respuesta que da España hoy a las diversas necesidades isleñas. Sí, esa deficiente situación actual puede hacer repensar a algunos situaciones históricas ya pasadas.

No creo exagerar si afirmo que una cantidad importante de menorquines recordamos con acentuado cariño la época de las dominaciones del siglo XVIII. Forman parte de nuestro acervo histórico y es un período especialmente consustancial con la personalidad de nuestra isla. Buena parte de nuestro entramado político-cultural actual (capitalidad de la isla, liberalismo político acentuado especialmente en el levante insular, influencia arquitectónica, ciertas actitudes sociales, etc) provienen de aquella época. Fue un período de esplendor económico para la isla. Menorca se internacionalizó. El corso enriqueció a muchas familias menorquinas y fue la base, en parte, para que pudiera surgir la burguesía de la isla frente a las antiguas castas nobles provenientes del siglo XIII. En el transcurso de este siglo XVIII la isla mejoró sus incipientes infraestructuras, se produjo un desarrollo cultural y nuestra tierra se "plantó" en el mundo.

Históricamente Menorca nunca había formado parte políticamente de "las islas Baleares". Las historias respectivas las habían separado. Sólo fue en el siglo XIX cuando se formó el concepto administrativo de "provincia de las Baleares". De ahí que prácticamente nadie en las islas se sienta balear. No existe ese sentimiento. Todos no sentimos o bien mallorquines, menorquines, ibicencos o formenterenses, pero no baleares/baleáricos.

Las diferencias históricas con Mallorca incluso se evidenciaron durante la tramitación del Estatuto de Autonomía de 1931, en plena II República Española, cuando Menorca se descolgó del mismo y renunció (haciéndolo fracasar) a aquel estatuto. También durante la Guerra Civil las dos islas militaron en bandos diferentes. Y desde entonces han tenido desarrollos económicos distintos en buena parte.

Así las cosas, algunos creen que puede comenzar a extenderse un nuevo sentimiento anglófilo. Incluso se comenta la existencia de alguna página web /Facebook donde se apuesta por una nueva Menorca Británica. Se han publicado algunos comentarios en los chats de algunos medios donde también se hace referencia a esta querencia nebulosa.

Quizás la historia debería de haberse tenido en cuenta a la hora de redactar el actual Estatuto de Autonomía que une territorios que, de hecho, siempre han permanecido separados.
Notas
- Transporte: De momento las palabras reemplazan a los hechos. "Fum de formatjada".

- La progresía española está triste. ¿Qué tendrá la progresía? Pues que su Biblia de cabecera, el diario "El País", les ha jugado una mala pasada. El pasado domingo publicaba un editorial defendiendo (¡!) a la Monarquía de los Borbones y separando, y excusando, responsabilidades en el caso Urdangarin. Por otra parte también publicaba, en el mismo número, un documentado y exhaustivo estudio respaldado por la Real Academia Española de la Lengua, sobre la memez que significa querer feminizar forzosamente la lengua castellana. La modernidad atontada que significa prostituir una lengua en aras a unas directrices políticamente correctas ha llenado ya el vaso de lo racional.