Me refiero a los hechos o reportajes de interés humano que se difunden a través de los medios de comunicación. Cuando las historias que se narran son de auténtico calado emocional, sin artificios, sin intereses comerciales, el impacto entre el público acostumbra a alcanzar altas cotas de audiencia. Este fenómeno se comprueba a diario y las excepciones suelen ser mínimas.
El elevado volumen de información que sirve hoy día el mercado periodístico conduce indefectiblemente a la saturación. Aunque también se ha detectado la paradoja de que cada vez son más los usuarios que se programan pausas obligadas, el reposo relajante, más tiempo para la reflexión. Buscan un material informativo que les aleje temporalmente de lo que podría denominarse enganche 24 horas, la actitud compulsiva para enterarse de lo que ha pasado en el mundo, en España o en la comunidad más próxima durante los últimos cinco minutos o hace un minuto escaso.
Arrollados por un caudal informativo que no cesa, los receptores de cuanto acontece no dudan en acelerar su paso por los centenares de titulares que aparecen en la pantalla y en el papel: Política, economía, deportes, sociedad... La vigencia de las informaciones durará unas horas, a veces apenas unos minutos. Manda la actualidad y la velocidad. No hay tiempo para el respiro y, sin embargo, muchas veces lo primero que necesita el público consumidor es tiempo para la pausa reparadora si no quiere verse derrotado por la vorágine que imponen los medios.
Las historias de interés humano, bien elegidas y mejor contadas, no suelen pasar desapercibidas. Una de las que recientemente ha generado un enorme impacto social es el caso de Isabel Sartorius. La noticia servida inicialmente por una revista del corazón no fue desde luego que la exnovia de Felipe de Borbón haya escrito una autobiografía; la noticia radicó en la valentía exhibida por la protagonista al desvelar que en su adolescencia acudía a comprar cocaína para su madre drogadicta, con el único propósito de ayudarla, de conseguir liberarla de su autodestrucción. Esa confesión es lo que interesó verdaderamente al gran público, no el mero hecho de la publicación de un libro, "Por ti lo haría mil veces", cuando cada año se editan tantos en este país -y muchos se aparcan sin más en la biblioteca de la virginidad porque ni siquiera serán leídos-.
Impactó la cruda y conmovedora historia de Isabel Sartorius. Impactó el relato sincero de su drama familiar. Para muchísimas personas sirvió con toda seguridad para abrir un paréntesis emocional, quizá breve o quizá prolongado, y reflexionar cuando menos acerca de las miles de isabeles sartorius que en este mundo luchan para desprenderse de ataduras similares.
También llamó la atención días pasados la confesión hecha por la actriz británica Judi Dench: padece una enfermedad visual degenerativa que le impide leer e identificar los rostros de personas. "Una de las cosas más angustiosas -indicó Dench en una entrevista publicada por el "Daily Mirror"- es que en un restaurante no puedo ver a la persona con la que estoy cenando". A la conocida intérprete que encarnó el papel de jefa de los servicios secretos británicos en unas taquilleras películas de James Bond le aguarda una lucha titánica para enfrentarse a la degeneración macular que padece a sus 77 años de edad.
El caso de Judi Dench me remitió de inmediato a mi reciente lectura de "Ensayo sobre la ceguera", de José Saramago. Un libro que es expresión contundente de una característica esencial en la obra literaria de este autor portugués: no creó una literatura de simple entretenimiento, en absoluto. En el "Ensayo sobre la ceguera" Saramago explora con singular maestría la condición humana, se adentra en el inmenso -y al mismo tiempo tan desconocido- mundo de la ceguera, en el minucioso relato de la blancura que se aprecia en la oscuridad aparentemente negra, en las consecuencias que conlleva la pérdida de la visión en un abrir y cerrar de ojos. Rememoré la historia de la mujer del médico que era la única persona no ciega en un recinto poblado de personas ciegas. El "Ensayo sobre la ceguera" no es literatura de pasatiempo, no puede incluirse en tal calificación; en cambio, sí es literatura que se desliza con pasmosa habilidad por los estadios de la angustia y genera reflexión, mucha reflexión. Mirar (mirar a la cara, mirar de reojo), ver (y no ver), observar (con atención o por casualidad), ojear (a la ligera o acaso con un determinado interés)...
Me despido de José Saramago y retrocedo a las historias de Judi Dench y Isabel Sartorius. Y recapitulo los espacios de pausa reflexiva, a veces conmovedores, a veces repletos de angustia. Siempre enriquecedores y reconfortantes.
Impacto emocional de las historias de interés humano. A lo mejor incurro en una redundancia. Más a mi favor. Ojalá los medios de comunicación se prodigaran en la difusión de este tipo de redundancias, pero, como he advertido al principio, no movidos por meros intereses económicos.
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