En nuestro último artículo (vid. Es Diari de 9/2/2012) biografiábamos al que fue Capitán General de Valencia cuando la Francesada y antiguo coronel de dragones en la toma de Mahón en 1782: el valenciano Ventura Caro. Este personaje tuvo dos suertes en la vida: ser hechura del conde de Floridablanca y haber nacido activo y emprendedor. Además, como consecuencia de la luctuosa muerte de su hermano el marqués de la Romana en las playas de Argel en 1775, se le encumbró para compensar el oprobio sufrido por la familia, cuando a aquel se le acusó de haber sido responsable de la derrota española frente a la regencia berberisca.
Ventura, además de tener padrinos, se ganó también su prestigio a pulso, bien es cierto que en las campañas a las que acudía solían colocarlo en puestos en los que pudiera lucirse. Hasta mereció un parrafito en las memorias del duque de Crillon que decía de él:
"(...) las baterías de la parte izquierda de nuestra izquierda, estaban flanqueadas por un reducto hecho a manera de fuerte y accesible por una escalera. Monsieur Caro comandante de esta derecha había pedido a Monsieur de Crillon (que se lo había consentido) el permiso de hacer construir este reducto a su voluntad sin que los ingenieros se mezclaran y le denominó "fuerte de Caro".
Puede parecer extraño que en sus memorias Crillon hable de sí mismo en tercera persona, pero las redactó así. También resulta cuando menos paradójico que dichas memorias se publicaran en París en 1791 en plena Revolución, pero no olvidemos que los hijos del duque (Crillon le Aîné y Crillon le Jeune, como les llamaban sus correligionarios) junto con otros aristócratas (la Rochefoucaud, Lafayette) se pasaron a los revolucionarios con la Gironde y que en 1791 la situación todavía era, digamos, "conservadora". Las cabezas rodarían más tarde.
Pero volvamos a Caro y su destacada actuación como comandante de la izquierda de la paralela, o trinchera erizada de cañones (111 para ser exactos) que bombardeó sin descanso el fuerte de San Felipe durante los dos primeros meses de 1782.
Quedan algunos vestigios de dicha paralela, desperdigados por las tancas que bordean las ruinas de San Felipe en forma de grupos de piedras sueltas, pero el más significativo de todo ellos es el que el duque de Crillon en sus memorias denomina precisamente "el fuerte de Caro". Resulta que cerca de Es Pouet (lugar cercano a las ruinas de los fuertes Argyle y Anstruther en San Felipe) pueden todavía contemplarse sus ruinas. Incluso sobrevive una mina que se excavó debajo para volarlo en caso de irrupción del enemigo.
Paseando un día por la zona y al contemplar esa estructura, recordé la cita de Crillon y caí en la cuenta. Una cosa y otra me llevaron a determinada asociación de ideas ante lo que, en principio, no era sino un montón de escombros. Eso sí: con aspecto de haber sido "algo".
El flamante "fuerte de Caro" que mereció todo un párrafo en las memorias del duque de Mahón-Crillon, debió costarle a su autor e instigador algunas ácidas críticas por resabidillo, de Blas Zappino y Fernández de Angulo, los ingenieros que acudieron al sitio y que debieron sentirse desposeídos de un cometido que por ordenanza les correspondía, pero ya se sabe: donde hay patrón no manda marinero.
Al comentar "mi descubrimiento", alguna gente que suele pasear habitualmente cerca del montón de ruinas, se ha sorprendido. Pero claro, no son lo mismo unas rocas, que unas rocas con historia y para eso estamos los historiadores: para hacer hablar a las piedras, para interpretar el lenguaje que llevan consigo, cuando alguien, en la noche de los tiempos, las convirtió en materia humanizada.
Haciéndolas hablar, pues, las rescatamos de la desmemoria histórica y también gracias a ello un espacio simple puede convertirse en un ámbito.
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