Hace algunos meses denunciaba yo –no sin cierta dosis de amargura- en esta misma columna, la incompetencia de nuestros dirigentes a la hora de comunicar Menorca con el resto del planeta. Sostenía en aquella ocasión que si no la habían cagado en la conexión terrestre se debía simplemente a la mera imposibilidad técnica, ya que por mar y por aire (donde la posibilidad técnica sí existía) la venían cagando repetidamente con una precisión y una soltura escalofriantes. No imaginaba entonces (ingenuo de mí) que la situación pudiera empeorar, dado que el concienzudo trabajo de demolición me parecía estar siendo ejecutado con tanta minuciosidad y cuidado que pensé que debería considerarse insuperable.
Pero resulta ¡ay de nosotros! que después de dar (tan merecida como inútilmente diría yo) una impecable vuelta a la tortilla (que se nos estaba quemando) nos encontramos que la cosa no sólo sí que podía deteriorarse más, sino que –siguiendo a rajatabla las leyes de Murphy- se ha deteriorado más, a pesar, y ante las mismas narices de los nuevos talentos que pusimos en circulación con la vana esperanza de que consiguieran desactivar el proceso de aislamiento que veíamos desarrollarse a ritmo vertiginoso.
En el tema del transporte aéreo ¿qué más se puede añadir a las quejas expresadas por los ciudadanos? Pienso que ni siquiera resolveríamos realmente el problema aumentando el porcentaje del descuento para residentes, pues aunque nosotros pudiéramos salir y entrar a precios razonables, no sucedería lo mismo con el turismo sobre todo nacional que desea conocer o volver a visitar la isla, pero no con tanta ansiedad como para pulirse en el billete aéreo el equivalente a un crucero por el Caribe todo incluido. No soy experto en la materia, pero he escuchado una idea que no me parece descabellada: si se hubiera utilizado el dinero dilapidado por los organismos creados en teoría para promocionar el turismo (con sus ideas peregrinas cuando no directamente ridículas) en adquirir plazas negociadas de avión en las compañías preexistentes (plazas no vendidas), y luego ofertar esas plazas a precio barato en las grandes ciudades españolas, es posible que se hubiera reforzado la demanda de manera que el mercado por si mismo hubiera ido abaratando el billete. En fin, que este asunto no resuelto nos empuja suavemente un poquito más a la ruina.
Pero en el capítulo de la ruina proveniente de los mares, desastre hasta ayer desprovisto de una contestación ciudadana suficientemente visible, se abre ahora un pequeño hueco a la esperanza en forma de un grupo de usuarios de amarres en el principal puerto menorquín que piden una reacción de la sociedad civil a la insensatez cometida por los responsables del asunto, consistente (la insensatez) en encarecer de tal modo los precios de dichos amarres que han acabado por matar a la gallina de los huevos (no sé si de oro, pero huevos al fin) con lo que en este caso la pirueta practicada en la tortilla quedará seriamente devaluada por la falta de materia prima para seguir cocinando. Me adhiero pues al llamamiento del grupo de usuarios; en mi caso no como tal, ya que no tengo la dicha de poseer embarcación, pero si como vecino y como restaurador en el puerto, pero sobre todo como amante que ha sufrido la decepción de ver a su amada, que lo tenía todo para ser la perla del Mediterráneo, convertida en una más del montón tras recibir las atenciones del brillante equipo de cirujanos sobradamente incapacitados para operar con cierta garantía de éxito sobre un material de excepción que les quedaba a todas luces grande.
Como aportación a la causa de este grupo sumo mi adhesión solidaria a sus tesis, y como hecho que corrobora su análisis les trasladaré la opinión de un cliente de mi restaurante. Este adinerado sujeto, inglés por más señas y poseedor de dos lanchas de no pequeña eslora me comentaba sus impresiones sobre los precios de los amarres en los siguientes términos: "Puede que sea rico, pero no soy un cretino. El año que viene me llevaré mis dos barcos a hibernar en Francia (no recuerdo el puerto concreto) donde los precios son casi la mitad y los servicios mejores. Con echarme de aquí han conseguido no sólo perder el cobro del amarre; también pierden el consumo no desdeñable de los dos skippers y los marineros que residían en Menorca, el alquiler de las viviendas, el gasto en mantenimiento, la entrada y salida en dique seco para reparaciones, etc". Y este no es ni mucho menos el único cliente que me confesaba planes similares.
Ojalá pues consiga este grupo, con la ayuda de la sociedad civil como justamente reclaman, hacerse oír con fuerza y llamar la atención de los responsables de los precios de los amarres y que éstos recapaciten, pues sus errores los pagamos muchos, y aunque estamos demasiado acostumbrados a correr con los gastos de desatinos ajenos comenzamos algunos (demasiados) a rozar la línea divisoria entre el hartazgo y la cólera.
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