Para aquellos niños de "Preparatoria", sus palabras eran, puntualmente, inaprensibles. Como lo serían ciertas acciones humanas observadas por un alienígena. La del sembrador, por ejemplo, al soterrar la semilla y aguardar a que las lluvias obren el milagro... Sus palabras, que se paseaban, invisibles, por el aula de chavales en pantalón corto y pupitres de madera donde muchos habían perpetuado una primera querencia, tenían mucho de semilla. Mucho de sembrador. No las entendíais. Pero el halo de misterio con que la propia incomprensión las cubría favorecía su permanencia en la memoria. Esas palabras, las de doña María, las de la maestra, anidaban en vuestros corazones y ahí, almacenadas, aguardaban también la lluvia de la madurez… Y, de pronto, brotaban… Doña María fue siempre –lo sabes- una precursora y la primera que se obstinó en colaros en el aula un aparato de televisión para que contemplarais, atónitos, lo que, en esa época de punteros y clases carcelarias, se denominaba (y aquí la redundancia es insalvable) "Televisión escolar". Entonces, los ríos de España presos en los ajados mapas y los cuerpos humanos desprovistos de decorosa piel, colgados de paredes de colores indefinibles, sufrían en silencio su exilio por mor de las nuevas tecnologías. Las niñas de al lado (las clases no eran mixtas) os envidiaban en el espacio contiguo, conscientes de que ellas no tenían a doña María; de que no leerían, jamás, "Platero y yo"; de que aquel aparato demoniaco no visitaría jamás esa su aula, donde la pedagogía tenía nombre de corsé… Una de esas palabras inaprensibles fue "calumnia". Cuando la pronunciaba, doña María era otra, como más dura, como más triste… Hablaba entonces de vasos rotos; de crímenes del alma; de aguas que, una vez derramadas, esparcidas, eran ya irrecuperables; de "difama que algo queda"; de que, después de una muerte física, esa era la peor…
Conversaciones con Roig
Las togas impensables
31/01/12 0:00
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