Quisiera hoy comentar una anécdota con moraleja difusa. Pero antes me gustaría trasladar a la alcaldesa Águeda Reynés tanto mis felicitaciones como mi más sincera gratitud por haberse batido en desigual batalla con coraje y determinación contra el escurridizo expediente del ascensor fantasma. No dudo de que para triunfar en tal empresa habrá necesitado invertir grandes dosis de tesón y buen hacer. No ha debido ser sencillo desbrozar la mugre acumulada durante lustros de dejadez. Reconozco que tuve un momento de preocupación el pasado jueves cuando leí en "Es Diari" que se incorporaban al juego, desde el banquillo del equipo visitante, dos nuevos fichajes, Trapsa y Endesa con los que no contaba, pero la crónica de hoy ( por el sábado) me infunde holgadas esperanzas de que finalmente, la alcaldesa y la concejala de Urbanismo, en bien hilada jugada de contraataque, driblen con maestría las últimas defensas y metan por fin el gol que tanto ansía la afición. En este encuentro considérenme a la sazón un entusiasta hooligan.
Cambio de tercio. Abandonando hace poco la ciudad de Ámsterdam con mi familia, el taxista que nos llevaba al aeropuerto (al parecer, también los taxistas holandeses gustan de darle al palique) pronunció una documentada conferencia acerca del papel histórico de España en los Países Bajos. Ya saben, los tercios de Flandes y tal. Yo no consideré ni oportuno ni apetecible entrar al trapo ; no defendí al Duque de Alba, ni al Conde Duque de Olivares a quienes imagino sin esfuerzo desenvolviéndose de forma tan brutal como permitiera la tecnología de entonces, tal como sucede en nuestros días con tantos encargados de cotarro. El taxista, al no encontrar en mi actitud (poco entusiasta, es cierto) maneras dignas de un polemizador aceptable, consideró oportuno abreviar la charla comunicándome sin más dilación su -seguramente muchas veces formulada- conclusión. El broche consistió en algo parecido a esto: ¡Qué suerte que los españoles acabaran largándose de estas tierras (Westfalia) , porque si no yo quizás hubiera nacido en Barcelona!
Como estábamos llegando al final de trayecto y por tanto no temía ulteriores y conflictivos turnos de palabra, le expresé (esta vez sí) mi punto de vista al respecto. Aunque utilicé el inglés (que hablo de manera bastante mediocre y por tanto resumí mucho mi discurso) quise decir algo parecido a lo que sigue:
Considero que si he tenido buena suerte, ésta no consiste en haber nacido en Madrid (como es el caso). Por supuesto que me gustan muchos aspectos de Madrid, supongo que fundamentalmente porque es una ciudad unida indivisiblemente a mi infancia. La costumbre, los recuerdos, las calles, el colegio, la universidad, forman parte de mi identidad. Por descontado que me encantan también el cocido y los callos, tan ligados al cuartelillo familiar; seguro que me conmocionaría aún hoy día volver a oler el perfume de mi primera novia, pero esto no me impide apreciar nuevos olores ni admirar otros sabores como el de una fabada, una buena paella o mejor aún un Batsmati con pollo al curry, un kebab bien hecho en el Chipre turco o una sopa de pescado como hacen en Tahormina. No, mi buena fortuna en realidad reside en haber nacido en una época y en una situación que me han permitido (al menos hasta ahora) comprobar in situ que Ámsterdam es una ciudad hermosa, acogedora y alegre, que Londres o Nueva York merecen ser recorridas con calma, que pasear por Sa Forana en San Climent suele ser una experiencia extremadamente grata, que bucear entre peces increíbles en un arrecife coralino o pasear por las montañas nevadas de los Alpes inunda las neuronas de bienestar, que las personas que pueblan estos y otros sitios son muy parecidas a nosotros en muchos aspectos, habiendo casos en que nos sacan medio cuerpo de ventaja. No, señor taxista, la desgracia no sería haber nacido en Barcelona, en Estambul o en Copenhague, sino haberlo hecho en un campamento del cuerno de África o en la franja de Gaza, donde tienes nulas probabilidades de sacar la cabeza. O si me apura, una desgracia enorme sería poseer una de esas mentes cerriles que solo aprueban o toman en consideración el lugar donde nacieron (léase su religión, su cultura, su paisaje, su gastronomía, su RH) y desprecian, incluso a veces sin conocerlo, el resto del mundo. Por no hablar de los que en un ataque de pasión patriótica decidieron convencer con un tiro en la nuca a los que no lo veían tan claro como ellos. Si Easyjet se hubiera concebido antes, quién sabe si no nos hubiéramos ahorrado muchos disgustos.
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