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La superabundancia de información a la que me refería en un comentario anterior y que es una característica bien destacada de nuestro tiempo (no tenemos bastante con la radio y la televisión a todas horas y ahora nos invaden las redes) hace obligada una selección rigurosa de lo que leemos y escuchamos si no queremos sentirnos literalmente mareados por una tal avalancha de noticias metidas además en un totum revolutum en el que a veces es difícil discernir lo que de verdad interesa conocer de entre tanta banalidad, servida en un mismo paquete. Todos somos un poco responsables de la confusión que este hecho genera en el ánimo de la gente. Por una parte los profesionales de los medios seleccionan con preferencia aquellas noticias que, verdaderas o no, aumentan los índices de audiencia y consiguientemente las ventas -el negocio es el negocio- aunque no siempre sean las que mejor ayudan a entrar en contacto con lo que ocurre en nuestro entorno más inmediato, y por otra todos más o menos conscientemente filtramos la información que nos llega de suerte que se adapte a nuestros juicios previos. Las personas, escribe Manuel Castells en el libro que cité hace poco, tienden a seleccionar la información que favorece aquella decisión que se sienten inclinados a tomar. Las personas tienden a creer lo que quieren creer. Popkin ha demostrado que los individuos son lo que él llama "avaros cognitivos" o sea que buscan la información que confirme sus creencias y costumbres... para no complicarse la vida, una modalidad de autoengaño como otra cualquiera.

Y así todo conspira a que en la era de la información que es la nuestra vivamos bastante desinformados, más probablemente de lo que lo estuvieron nuestros padres y abuelos, años ha, cuando no había tanto barullo informativo, si se me permite esa expresión coloquial. Un barullo que continuará y que con toda seguridad irá en aumento gracias a los espectaculares avances en el ámbito de la comunicación colectiva que estamos experimentando en nuestros días y que de entrada son un signo positivo y favorable para aquellos que tenemos la oportunidad de beneficiarnos de él si somos más exigentes a la hora de escoger con una buena dosis de olfato y de sentido común las fuentes de conocimiento -personal e institucional- que nutran nuestra curiosidad y que por su prestigio y seriedad se han hecho acreedores de nuestra confianza.