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Un estudio sobre la Residencia Geriátrica Asistida de Maó desvela un coste por encima de la media de otros servicios de similares características lo que apunta a la necesidad de abaratar costes. Éste es el mismo motivo que se esgrime para cerrar un comedor social o para cambiar la gestión de las casas de acogida. Se sacan números y se calculan ratios y los guarismos no hacen sino confirmar la evidencia, el bienestar, la igualdad y la justicia social salen caros. Sin embargo, garantizarlos era una de las aspiraciones que la España de la Transición plasmó en su Carta Magna, aunque ahora la exigencia de los mercados sirva de pasaporte para arrumbarlos en pos de una rentabilidad discutible. No basta el qué -anunciar que se mantendrán los servicios sociales-, hay que acertar con el cómo -la forma en que éstos se prestarán-. Y en este punto, hay una peligrosa tendencia a eliminar del balance intangibles como la confianza que infunde estar en un sitio donde al usuario le tratan como a un ser humano con independencia de su sexo, su edad, su procedencia o su religión, le llaman por su nombre y saben de su vida o la calidez de la sonrisa del que sirve el plato de lentejas o el bocadillo después de un día a la intemperie.