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Impotencia, rabia e indignación absoluta es lo que sentí ayer al enterarme de la sentencia del caso Marta del Castillo y es que, al final y tras haber tenido al país en vilo durante varios años, esos individuos se han salido con la suya. Miguel Carcaño, asesino confeso de la joven, ha sido condenado a veinte años de cárcel, lo cual, con nuestro generoso sistema judicial, significa que en poco tiempo estará de nuevo en la calle disfrutando de la vida. Además, Carcaño deberá pagar 280.000 euros a los padres y 30.000 euros a cada hermana en concepto de daño moral por lo ocurrido. Como si ese dinero fuera a paliar la angustia que debe producir no conocer el paradero del cuerpo de su hija. Tiene tela la cosa. En todo caso, lo más doloroso debe ser enfrentarse al hecho de que el resto de implicados hayan sido absueltos. Varios años de silencios, mentiras y acusaciones, durante los cuales, la mayoría de ciudadanos teníamos claro qué debería hacerse con la gente de esta calaña para que no vacilaran al país ni diez minutos. Pero, desde ayer y con otros casos similares a nuestras espaldas, ha quedado demostrado que el sistema es una auténtica vergüenza. Me imagino que los abogados de los culpables tendrán mucho que ver en esto y ahora podrán colgarse una medalla. Otra cosa será que puedan dormir por las noches. Menudas leyes y personajes tenemos a nuestro alrededor. Dónde iremos a parar en un territorio en el que el delincuente posee más derechos que la persona inocente.