Tramo de la Miranda desde donde se observan dos veleros. (Archivo M. Caules)

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Aún siento el crepitar de los leños en el fuego. Aún escucho los tres pitidos anunciadores de la retirada de la plancha del vapor. Oigo el estruendo producido por la cadena al ser lanzada al mar, o mientras era subida portadora del ancla. Jamás olvidé el peculiar catacric, catacrac de la maquinilla de los buques correos conducida por mi vecino mestre Quicus, abuelo materno de Rosa Pons Olives, la maniobraba, subiendo y bajando mercancías en sus bodegas.

Decían los mayores que en aquella enorme panza del barco se encontraban los niños desobedientes, los que no iban al colegio o que hacían enfadar a sus padres. Mientras tanto, se iba engullendo, para transportar a otros puertos, productos de la industria menorquina que, gracias al esfuerzo de patronos y empleados, funcionaba a buen ritmo.

Los camiones dedicados a transportar bajaban y subían haciendo viajes de cajones llenos de bisutería, otros productos elaborados en las platerías donde trabajaban el material. Hoy los chinos fan ganes de riure si comparamos las suyas con aquellas cuberterías, completísimas con toda clase de servicios, los mangos de las palas de servir, labrados con dibujos que con anterioridad sus maestros plasmaban en el papel. Gracias a Carmen Abellán Gelabert dispongo de varias láminas realizadas por su abuelo don Juan Gelabert.
Si los plateros fueron maestros en su oficio, ni que decir de los zapateros, conocidos en todo el mundo. Cajones conteniendo infinidad de cajas de zapatos, de piezas de queso, otros tantos de quesitos en porciones. Los triángulos plateados de sa formatgera. Otras muchas cosas más embarcaban, aviram, huevos, caderneres, canarios criados por varios aficionados dedicados a los pájaros cantores; tortugas, palomas mensajeras que se vendían en las Ramblas barcelonesas.

Catiuskas y bolsas de agua que calentaban la cama en el frío invierno, procedentes de la fábrica Codina Villalonga, de la cual estoy finalizando su historia como jamás ha sido contada. Calculadoras de Sumco. Aparte los productos marisqueros. Corns, escupinyes, pescado etc . No faltaban ni cerdos, ovejas, vacas, asnos, caballos….Licores de la acreditada casa Beltrán, más tarde se embarcarían los fabricados por es conco Miquel Pons Justo (Xoriguer).

Entre recuerdos, aromas de leños, carbones que en el fogón hacían hervir la olla des brou, de molinada y picón del brasero, sonó suavemente la lluvia en los cristales, parecida a un alegre repiquetear, a modo de anuncio de algo. Gracias a ella volví a la vida real y continué explicando a los más pequeños sobre antiguas navidades, llamándoles la atención al enterarse de la escasez de golosinas, abriendo los ojos con exageración al decirles que era un lujo el disponer de postre de mandarinas y plátanos, convirtiéndose en clásicos para Navidad. Lo suyo eran las manzanas del Bon Jesús, gínjols, almendras, higos secos…

Siempre pensé que mi buena relación con el primo carnal de mi madre, Ramón Fayas Pons, padre del presidente del Ateneu mahonés, era debido al detalle que tenía conmigo, por estas fechas cuando pasaba por su almacén, solía pararme, siendo obsequiada por uno de aquellos frutos que recibía de Canarias. En uno de los rincones se iban amontonando los más maduros o que habían sufrido algún golpe. Este detalle al paso del tiempo solía comentarlo con su viuda, mujer admirada y muy querida por esta servidora, doña Fortunata, una de estas maestras que cuantas niñas tuvieron la dicha de ser sus alumnas, jamás la olvidarán.

Poco a poco hablando de unos y de otros, me he ido apartando de la Miranda, dejando de observar el puerto, aquel pedazo de Baixamar que se contemplaba desde escasos metros de donde nací. Proponiéndome continuar con detalles de diciembre de aquel barrio conocido tal cual es barrio.

Lo más atrayente, quedando en mi retina de niña, la mesa que preparaba Marieta, esposa de Armando Gelabert, del que tanto he hablado a lo largo del año. Su tienda de comestibles en la esquina de San Sebastián con Santa Catalina, su entrada de dimensiones reducidas, la puerta con una cristalera de quita y pon, con su campana anunciadora de la llegada de algún cliente. En frente, el mostrador con su balanza, una de aquellas Mobba. Nueve bombas de cristal. Brillantes envases estaban colocados en grupos de tres. Tres frascos a lo ancho y otros tres de alto, con unas varillas que hacían de soporte, del mismo cromado que las tapas con rosca. Allí se guardaban los caramelos.

Volviendo a estas fechas, lo más llamativo de aquel comercio de barriada era el enorme racimo de plátanos colgado en un enorme gancho que pendía de una de las vigas. A mano izquierda la mesa cubierta de blanco mantel, y sobre la misma, palanganas y platos ofreciendo a chicos y mayores exquisiteces propias de las fiestas.

Turrones variados, de la reina, de frutas, tostado, de Jijona, duro, de yema, tortas imperiales, polvorones, los apetitosos dulces propios y exclusivos de Navidad, glaseados del señor Parpal, Arrabal 1, las Delicias, que en tono cariñoso llamaban Ca'n Merengueta. Auténtico pastelero que junto a su esposa elaboraban exquisiteces.

Marieta colocaba un frutero de cristal que a jo m'agradava molt, conteniendo dátiles naturales, otro plato con higos secos de Mallorca. Todo ello junto a botellas de licor, el verde Pipermín, las botellas de anís La Asturiana y el Mono, haciéndose competencia. La sinuosa en tono marrón de estomacal Beltrán; varias de coñac, Fundador, Soberano , Palo Túnel.

Fuera, en la calle, con temperaturas muy bajas, los hombres camino del trabajo con sus tabardos sobre los hombros (así se estilaba, preguntándome el por qué). La última semana se producían colas en la carbonería del señor Salom, esquina Concepción con Santa Teresa. Las amas de casa intentaban llenar la carbonera con aquel negro mineral per es fogó y los propios para el brasero, que debería alimentar el calor de la Nochebuena y la comida del 25.

Otra cola importante se podía ver de buena mañana formada frente la puerta de la peluquería Mi Salón de la señora Paquita. La mayoría de veces eran los niños los encargados de coger turno para su madre, la abuela, la tía, la madrina. No olvidemos a las personas que hacían un jornal dedicadas a ello, encontrándolas en los cines, peluquerías, mientras varios abuelos de la casa de Misericordia, hacían lo propio en las barberías, en el Teatro, el Orfeón…

Me pregunto si los aledaños del Trocadero continúan siendo los mismos. Tras meditarlo, observo que en el siglo XXI, nada tiene que ver. Infinidad de carteles donde se puede leer: Para vender, para alquilar. Excepto el Miami, no existe ningún otro bar. Ni tiendas de comestibles, ni hornos, ni el taller mecánico del señor Antonio y su hijo Toni, en la esquina de Santa Catalina con la plaza de San Roque. Lo que sí perdura en la misma es la peluquería de mi querido Aloy, precisamente donde fue el hogar de dichos mecánicos.
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margarita.caules@gmeil.com