Era el del señor Rajoy un discurso previsible por razones obvias. Es cierto que España tiene ante sí una situación mala, dentro de una diáspora de países con la situación igual o peor en cuanto al capítulo económico. Por potra parte, todo nuevo presidente, en el acto de sustituir a su predecesor, le viene siendo imposible alabar la gestión de aquel al que los votantes han rechazado. Además, como es cierto que la situación es particularmente mala, el candidato a presidente dejó en su discurso muy claro "cómo está el barco y cuál la tempestad" que le espera en su singladura, de manera que el personal vaya "atándose los machos" porque van a caer "chuzos de punta", a pesar de que Zapatero ya le dejó buena parte del camino desbrozado.
Difícil ecuación tenía Rajoy al tener que plantear un discurso tremendista de la situación a la que él se va a enfrentar, y a la vez optimista, so pena de caer en esa pésima situación de un futuro presidente que se cubre en exceso las espaldas o lo que aún podría ser peor, ofrecer la imagen de un presidente incapaz de plantarle cara a la situación. Un discurso pues con una dualidad que el señor Rajoy, don Mariano, manejó bien. Luego, más adelante, ya tendrá tiempo de sacar las tijeras de podar. Ahora sólo ha hecho un rasurado de aliño.
Es prácticamente seguro que se modificará nuestro ordenamiento jurídico en lo laboral y en la libertad, en algunos casos libertinaje, del gasto de nuestras instituciones. Eso no va ser un hecho que vaya a causar ninguna sorpresa. Para ese menester, el señor Rajoy tendrá donde echar mano en cuanto al asesoramiento, lo tendrá garantizado dentro del propio hemiciclo. ¿Saben ustedes cuántos abogados/as hay en el Parlamento? Pues nada más y nada menos que 121. Da la sensación de que el Parlamento sea uno de los destinos de nuestros leguleyos (lo digo en sentido coloquial, para nada despectivo). Por otra parte está muy bien que tengamos una amplia representación en personal formado jurídicamente, y también sería bueno que a otra parte de nuestros diputados no les parecieran ajenas las ciencias políticas.
No me gustó esta vez el señor Durán i Lleida, don Josep Antoni, portavoz de CiU. Dejó excesivamente patente el reiterado, casi exclusivo afán de hacer, antes que política de estado, política meramente catalanista. Y menos me gustó aún tanto aplauso, como si los oradores fueran artistas en un teatro, cuando lo que en puridad se estaba tratando era la penosa situación del país, donde ya hay un millón de personas que no tiene ningún subsidio que les ampare, llevando sin trabajo más de dos años. O esas miles de familias que se hipotecaron de por vida, con unos pisos que les costaron tres veces más de lo que realmente debieron de haberles costado. Y ahora les han quitado el piso por no poder seguir pasando las letras al banco o a la caja. Se trataba también de ver la deuda que tiene el país y los intereses que hay que pagar todos los días. En definitiva una España sumida en su dura realidad económica, social y probablemente también política. Los diputados y diputadas que llenaban el hemiciclo me recordaron con sus aplausos lo de aquella madre, que habiendo perdido a su hijo junto a todos los que murieron en aquel atentado del 11-M de los trenes, les interpeló en el hemiciclo a los políticos diciéndoles: "¿Pero ustedes de qué se ríen?" Tampoco me gustó (nunca me ha gustado) la desbandada que se produce en el abarrotado hemiciclo después de haber intervenido el líder del PP y el del PSOE. Y eso que estamos estrenando la legislatura y ya están los nuevos diputados afectados por la misma circunstancia. Por ética, por cortesía parlamentaria, por educación, o simplemente por tapar bocas, deberían de escuchar a los oradores que no son del PP ni tampoco del PSOE. No son pocas las veces que nos dicen cosas más interesantes que aquellos.
Me gustó Rajoy y me gustó Rubalcaba.
Rajoy ya es el VI presidente de la España democrática y por esa planta que tiene, como de un noble del Medievo, no me cuesta nada verle como Rajoy I de Galicia y VI de España.
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