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L a publicación "El moment econòmic de les Illes Balears" acaba de constatar que Menorca continúa siendo la Isla con más atonía. El tejido económico menorquín no se sustrae de los efectos de un cóctel peligroso que combina endeudamiento generalizado, alta estacionalidad del turismo, batacazo de la construcción y lenta agonía de la industria y el sector agrario. Por supuesto, la aportación de cada uno de estos ingredientes al combinado es diferente, si bien la influencia del coctelero –el Ejecutivo autonómico– puede ser determinante en su sabor de cara a futuro. En este sentido, se avanza en un cambio en la normativa turística que favorezca la entrada de capital privado en el sector y el desarrollo de iniciativas que acaben por potenciar el "ladrillo", vía reformas o ejecución de nuevos establecimientos e instalaciones, y la creación de empleo. Mientras, se atenúa el sabor industrial y agrario. Los planes que se perfilan para las empresas de bisutería, calzado o artesanía o los productores de queso, carne, aceite o vino, comprensivos de la desaparición o la reducción drástica de ayudas son desalentadores. La necesaria contención del déficit no debería conseguirse a cambio de rematar actividades que han luchado denodadamente por su supervivencia.