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Parece ser que el ambiente navideño empieza a asomarse tímidamente a nuestras calles y plazas. Las inauguraciones luminosas vienen a obligarnos, más que a decirnos, que la Navidad va a estar aquí en menos de veinticinco días, que dentro de unos cuantos más despediremos este terrorífico año y una semana después les tendremos que sonreír a los Reyes Magos. Y digo obligarnos más que a decirnos, porque vamos a tener que ponerle mucha imaginación y sacar de esa cartilla de ahorros que llevamos dentro, esos pequeños fajos o esa calderilla de ilusiones que hemos estando ahorrando, a pesar de todo y de todos, para que nuestros sueños, por unos días, no acaben hechos añicos. Posiblemente muchos de ustedes opinen que el gasto en iluminación es excesivo y tal vez muchos incluso piensen en sus adentros y la boca pequeña, que no haría falta esa iluminación, que con las bombillas de siempre y las cuatro farolas ya nos vemos. Es cierto que ello va a representar un gasto extra y que en tiempo de crisis sacamos más lupas que otras épocas pero, bien llevado y con imaginación, podemos reducir iluminación durante otros meses invernales hasta compensar este gasto. Nuestros comerciantes tienen puestas sus esperanzas en que ello va a ayudar a sus ventas, los ciudadanos sentiremos la necesidad de no encerrarnos tanto en nuestras casas, nuestros niños encontrarán en la magia de las luces multicolores la razón de su inocencia y si los resultados son positivos, al final todos saldremos ganando. Deberíamos aprender a ser más positivos y a sembrar más optimismos cuando más es necesario. Al fin y al cabo, las luces, lo que hacen es dar un sentido distinto a las sombras, sobre todo a esas sombras que nos invaden por dentro.