Si Shakespeare, Bécquer o Pablo Neruda volvieran a la vida, a lo zombie pero sin ese apetito voraz de carne humana que da algo de mal rollo, quedarían alucinados en todo el sentido de la palabra. Imagínatelos, amigo lector, a los tres bailando en una discoteca, como todo hijo de vecino al ritmo del "chunda chunda" de turno o del berreo reggaetonero que esté de moda en ese momento. A lo lejos aparece una de las musas que antaño inspiraron alguna de sus creaciones, una rubia despampanante de ojos preciosos, de pechos idem y poco más. Entonces los tres se juegan quien le entra a la muchacha. Como la veteranía es un grado, Shakespeare toma la iniciativa.
"¡Oh amor poderoso¡ Que a veces hace de una bestia un hombre, y otras, de un hombre una bestia", le suelta el jabato al oído de la moza con una de las típicas sonrisas británicas que nunca fallan. La rubia le arreaa un sopapo y le llama algo feo. "Cerdo", pongamos.
En el horizonte, Bécquer y Neruda, cubata en mano, se cachondean de la escena. La rubia cambia estratégicamente de posición para que no le siga el moscón.
Es el turno de Bécquer. "¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas? Poesía... eres tú", le recita el español. "Plaaaaf", el guantazo que le suelta la muchacha resuena por encima de los berridos musicales que inundan el local y la damisela cambia de posición nuevamente mientras Bécquer, dolorido, se pregunta en qué ha fallado.
Entonces, el ego de Neruda ya está por las nubes. "Esto está hecho", se dice a sí mismo. El chileno, con galán caminar, se cuadra ante la muchacha y le regala: "Niña rubia y ágil, nada hacia ti me acerca. Todo de ti me aleja, como del mediodía. Eres la delirante juventud de la abeja, la embriaguez de la ola, la fuerza de la espiga". La rubia se mira el vaso, como si le hubieran echado alguna droga y le vacía el contenido en la cara a Neruda.
"Esto está lleno de chalados", clama. Y ve cómo un chaval se le acerca. "Oye, rubia, tengo un buga mazo de guapo con una priva que flipas y comparto piso con mis padres, ¿te hace, tronca?". La niña sonríe enamorada, convencida de haber encontrado a su príncipe azul, que la arrastra al glamuroso asiento trasero de su coche mientras pasa por delante de los tres escritores y les suelta: "Nenazas", lo que les hace volver a la tumba abatidos y convencidos de que realmente era mejor no haber salido.
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