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Es un día lluvioso. El tiempo no invita a salir y para pasar las horas me he dedicado a buscar información diversa en la Red. Esta Red que bien aprovechada nos comunica con el exterior que nos globaliza, ayuda a ampliar nuestro arco de conocimiento y nos hace sentir menos solitarios. Llegará un momento en que deberemos aceptar que ha ayudado a mantener muchas horas ocupadas a los que por diversos motivos nos encontramos faltos de compañías.

En esta red encuentro un artículo célebre publicado en el diario "El Sol" del día 14 de octubre de 1931 y que corresponde a la reproducción taquigráfica de una Sesión de las Cortes Republicanas donde D. Manuel Azaña, en aquel entonces, ministro de la Guerra del Gobierno Provisional de la República, se pronunció en torno al debate sobre la cuestión religiosa, y dice: "Que haya en España millones de creyentes, yo no os lo discuto; pero lo que da el ser religioso de un país, de un pueblo y de una sociedad no es la suma numérica de creencias o de creyentes, sino el esfuerzo creador de su mente, el rumbo que sigue su cultura" y afirmaba : "España ha dejado de ser católica".

Tras cerca de ochenta años, esta tesis sobre el carácter no católico de los españoles, no deja de ser discutido y discutible. Para un análisis sereno y objetivo sobre la religiosidad católica de la sociedad española, las deducciones del Sr. Azaña son aceptables, y coincido en sus bases pero no en sus conclusiones. ¿ Podríamos afirmar que España, como país, sigue siendo católica?. Según los datos del CIS, más del 70 por ciento de la población española se reconoce como católica pero efectivamente, es muy cierto que lo importante del ser católico, desde el punto de vista sociológico y nacional, no es tanto la "suma numérica de creyentes", -cerca de tres cuartos de la población española es católica-, sino el "esfuerzo creador de su mente, el rumbo que sigue su cultura". En este sentido, España, los españoles, no somos ajenos a la ola de relativismo moral que impera en Occidente que es ni más ni menos que la caída de los valores y principios que forjaron Europa, en general y, España, en particular. Valores y principios que se quiera o no reconocer son de identidad cristiana.

Sin embargo, el reflejo del sentimiento de millones de creyentes, solo en lo que respecta a jóvenes españoles en las calles de Madrid, a raíz de los actos en conmemoración en las pasadas Jornadas Mundiales de la Juventud es un símbolo de nuevas fuentes inagotables de esfuerzo creador, de nuevo rumbo de un proceso de reciente evangelización, en un mundo globalizado y en crisis.

Podemos criticar la excesiva estructuración y burocratización de la Institución pero, indudablemente, la savia que mueve el árbol fecundo del catolicismo no se basa en la estructura, ni en el Vaticano ni, siquiera, en la figura emblemática del Santo Padre. Lo católico se sustenta en la fe y en la esperanza en un mundo mejor de los creyentes, entre los que, humildemente, me encuentro.

Gracias a Dios, en la viña del Señor todavía quedan muchos obreros y viñadores que cuidan del huerto. De sus frutos, especialmente de los más jóvenes, dependerá el futuro del cristianismo y, concretamente, si España ha dejado de ser, o no, católica. En manos de la Sagrada Providencia estamos, dicho sea con todo el respeto debido a los no creyentes. Aunque, con la misma humildad, tenemos que reivindicar nuestro derecho a la libertad de conciencia y de creencias. El hecho es que a los católicos se nos puede insultar impunemente mientras que otros colectivos están superprotegidos y no se les puede ni chistar. Nadie tiene derecho a insultarnos u hostigarnos, ni mucho menos un laicismo intransigente