Lolita Aimerich y su esposo José María Iglesias en el mostrador del Miami (gentileza de Lolita Aimerich)

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El sábado pasado recordaba la inauguración del Miami, de la plaza de san Roque. Renovado quedó el edificio que albergaba la taberna de Policarpo, el nuevo bar, se había convertido en el orgullo de aquella familia tan querida por todos los vecinos. José M.ª y su esposa Lolita habrían las puertas del local de buena mañana dispuestos a servir a su clientela fiel y asidua. Entre ellos a primera hora, se encontraban empleados de Catisa, Ipar, Residencia Sanitaria, los carpinteros de la zona, bisuteros, y amas de casa, eso sí fue una novedad y una innovación, citándose grupos de mujeres a tomar el primer café de la jornada en el Miami. No tardaron mucho en disponer de muy buena fama, tanto, que los taxis que bajaban al puerto a la espera de la llegada del vapor, si algún cliente les pedía consejo solicitando dónde les recomendaban para desayunar y tomar un buen café, la mayoría coincidían, llevándolos al Miami. De ser preguntados cuál era el secreto, según me dijo Lolita, no tenían ninguno, disponer de un buen café no l'escatimaven y una cafetera que adquirieron en Barcelona, en la casa Faema. Tenía dos brazos, muy pronto tuvieron que cambiarla por la de cuatro, debido a la demanda, especialmente los domingos a la salida del fútbol, que el local se llenaba a tope.

Aquel bar, frecuentado por diversidad de gentes, de ambiente familiar y mucho más si se tiene en cuenta la manera de ser de Lolita. Si he dicho que a primera hora se daban cita ses vesines, debo añadir que el primero, era don Pedro Díez Domínguez, director del Virgen de Monte Toro. Éste les propuso abrir una cafetería en la recién inaugurada residencia, algo que en un principio els va gafar en fret, pero resultó que al pedir permiso a Madrid, les fue denegado. Algo que al director "li va sebre molt de greu", le ilusionaba la idea. Por lo visto el señor Díez se adelantaba a la moda actual.

Hubo otros asiduos, los que fuimos vecinos jamás olvidaremos a los guardias civiles. La cercanía con la casa cuartel, hacía que desayunaran a media mañana, degustaran una de las sabrosas tapas que, como buen cocinero, elaboraba José María Yglesias, acompañado de un vino y un sabroso jamón serrano que recibían de Barcelona. El tapeo o picoteo del Miami era de lo bo i millor.

Otra de las peculiaridades del lugar, según me recordaba Lolita, fue convertirse el Miami en la antesala de El Trocadero. Es probable que algún lector de esta página se pueda dar por aludido al citar los sábados noche, a la salida del cine de diez, los jóvenes, tras dejar sa al·lota as llit, iban al Miami, punto de encuentro con sus amigos, para después dirigirse al cabaret.

Sumergida en aquel mundo de mi primera etapa juvenil, cuando iba descubriendo el mundo de los mayores, observaba del goce que experimentaban los jóvenes, no voy a decir mahoneses, entre aquellos grupos muchos peninsulares, alféreces, milicias, militares de todas las graduaciones, marinos, gentes llegadas de la Península, con ánimos de hacer fortuna. Menorca, la desconocida, a remolque de la Mallorca iba tomando fama, la segunda o quinta Alemania de los españolitos, deseosos de fer peces, algo que lograban, lo que hizo que aún hoy se encuentren afincadas cantidad de aquellas familias, considerándose tan mahonesas como los nacidos aquí.

La inauguración en el 56 del Hotel Port Mahón, la edificación de los nuevos chalés en la calle Madrid y cercanías dieron paso a un nuevo nivel, el tener que pasar por el lugar para ir a la Residencia Sanitaria, nos hizo sentir mejor, mucho mejor, ya iba siendo hora de aparcar el mal sabor de boca que producía al pronunciar, nuestra vecindad Es Barrio, por fin subíamos de estatus. El premio fue superior, los señores dejaban el centro de la ciudad mudándose al Arbol.

Al llegar junio aquella zona se veía transitada por extranjeros, eran los turistas del hotel Port Mahón, los que daban buenas propinas, su lira esterlina, con el cambio a pesetas, les permitía hacer la esplendidez de dejar cien o doscientas pesetas de propina. En mi álbum familiar, guardo una diapositiva, la primera que vi, que nos hizo un matrimonio que todas las noches venía al Miami. Se llenaba a tope, vecinos que dejaban sus sillas en el portal, entrando en el local para escuchar algunas de las muchas canciones que cantaba Nieto, un joven minusválido que se valía de un motocarro, cargando su guitarra, la tocaba que daba gloria y cantaba "de lo millor". Debo añadir, para los que guardan historias musicales, que Ortega Monasterio como ya dije, vivía en mi calle, tenía una habitación realquilada, allí escribió infinidad de canciones. Por las noches, junto a Nieto, las daba a conocer, es por ello que al cabo de mucho tiempo cuando salieron al mercado, nosotros las sabíamos de carretilla. ¿Cómo no íbamos a conocerlas ? En el Miami se escucharon por vez primera, incluso Ortega iba haciendo los debidos arreglos musicales, aconsejado por Nieto, que de guitarra en sabia un rato llarg.

Otra de las peculiaridades del lugar, era el ambiente familiar, que ofrecían aquel matrimonio tan querido, José Mª. y Lolita, con sus dos retoños, Nanda y Pedro, los dos hijos del matrimonio, iban y venían jugando con los chiquillos de la plazoleta. Entre ellos los hijos de Pepe Martínez y Gloria.

Don Pedro Rosique Sánchez, al adquirir aquel edificio, debido a su amplitud, debió estudiar la manera de treure-li es rendiment, estudiando el espacio, incluyó además de la cafetería, lechería y, a buen seguro otro local, en la calle de san Sebastián.

Doña Fernanda, Vda. de Iglesias, francesa de nacimiento, junto a su hija Mercedes, se hizo cargo de la lechería, ofreciendo un servicio al público, a la vez que estaban cerca del hijo, nuera y nietos. Años más tarde, al jubilarse madre he hija, continuó Pepita Cañestro, Vda. de Sastre, que en sus ratos libres entre ventas, ofrecía clases gratuitas de punto, ganchillo y toda clase de labores. Fue tal su aportación que debería ofrecerle una de estas xerradetes.

En el local de la calle contigua, que en principio se ignoraba en que se convertiría, Lolita abrió La Orquídea. Mezcla de mercería, perfumería, ropa para el hogar, género de punto, ropa de vestir, bañadores, todo ello para toda la familia, incluso para el recién nacido. Y cuantas cosas más se solicitaban, Lolita siempre, tan servicial, dispuesta a ofrecer un mejor servicio que se encargaba de ponerse en contacto con los mayoristas,
Aquella tienda disponía de un amplio escaparate, colocado con buen gusto, renovándolo todas las semanas. Lo llamaron La Orquidea. Decir que la respuesta de los vecinos y cuantos transitaban por el lugar fue impresionante. Según se estilaba, se iniciaron los grupos que se abonaban semanalmente, teniendo la opción de ser la afortunada con el sorteo de la Lotería Nacional. Lolita, disponía de preciosos ajuares para novia, era el inicio del nylon, después llegó el tergal, batines de boatiné, todo ello de muy buena calidad a precios inmejorables. No puedo olvidar los bañadores de punto acrílico, jerseys y cuantas cosas más, imposible de describir. Hoy, al pasar por el lugar y observar las puertas enrejadas, me duele el pensar que dejará de existir, a la vez que recuerdo a cuantos se fueron haciendo cargo del Miami, todos ellos de grato recuerdo y que, muy probable en otra ocasión, les habré de dedicar unos renglones.
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margarita.caules@gmail.com