En tu sueño metafórico estabais todos. En un concierto. En la platea. A la fuerza. Salvo los exiliados. El director, de pobladas cejas -comentaban los eruditos- había sido elegido legítimamente, aunque de manera un tanto torticera. Otros hablaban de su inexperiencia. Algunos exageraban la nota calificándolo directamente de inútil. Cuando los músicos arrancaron las primeras notas quedó patente que los adjetivos se habían quedado cortos… Los miembros de aquella orquesta igualaban en impericia a quien los comandaba. Hubo quien dijo que la cosa hubiera sido distinta si el director hubiera sabido rodearse de buenos profesionales… Mi vecino de la izquierda susurró que la elección de cada uno de ellos no había sido casual. Nadie le haría, así, sombra. Ningún mal violinista, ningún pésimo trompetista pondría en evidencia que el director desconocía la partitura (la iba cambiando a menudo), no conocía el oficio y, por ende, su orgullo le hacía ajeno al suplicio del respetable… Y las notas surgían de su batuta ante el progresivo deterioro del concierto y la paulatina indignación de la platea: una nota de rencor para que los asistentes enmudecieran; una violación al derecho a la vida; un quebrantamiento de una reconciliación ya asumida; una nefasta gestión de recursos; un despilfarro de melodías irreconocibles; unas letras irrisorias; un mantenerse en pie, aferrado a la batuta, mientras el programa se venía abajo…
Conversaciones con Roig
El director (a quien nada positivo debo)
18/10/11 0:00
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