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A mí, el segundo martes de septiembre no termina de gustarme. Más bien me produce escalofríos, sudor frío. Y es que no me acostumbro –ni quiero– a que cada año, en dicha fecha, centenares de cobardes con lanza se abalancen a perforar a un toro en el Torneo del Toro de la Vega. Y todo, porque lo dicen las bases de una "fiesta" que se celebra desde medio siglo. Porque los tiempos cambian pero parece que nuestras costumbres no pueden hacerlo. La tradición es la tradición, y prevalece por encima de cualquier objeción moral. ¡Qué más da que un pobre animal muera desangrado, torturado, vejado y agonice durante más de media hora! ¡Qué más da!, si cumplimos con las costumbres patrias y alimentamos el ego por la "valentía" de enfrentarse a un astado de 600 kilos. Eso debió pensar el tal Zamorano, quien asestó el último golpe al pobre "Afligido" el pasado martes en Tordesillas. "Me siento como Cristiano Ronaldo. Eres como Dios. Todo el mundo del pueblo te apoya, te da abrazos y es una sensación única", soltó el chaval nada más acabar su heroica participación en la pregonada tortura. Para sensación única la que debió sentir el toro al verse embestido por los valientes de la lanza. Si esta barbarie es una muestra de lo que somos, se me hiela el corazón. Porque lo de Tordesillas es maldad en su máxima expresión. Estupidez. Un sinsentido. Fiesta y tradición sí, pero sentido común también.