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Todavía habrá quien piense que la crisis brotó de la entroncada ingenuidad de Zapatero (ingenuidad de la que por otro lado ya nadie duda, tal vez ni siquiera él sea tan ingenuo como para eso) de igual manera que aún habrá quien crea que Rajoy tiene la forma –o fórmula- de salir de ella (me refiero a salir de la crisis no de la ingenuidad de Zapatero) y que por lo tanto la ha estado guardando en secreto durante tres años, macerándola, para ponerla, eso sí, a disposición de España y el mundo entero una vez salga elegido presidente, presumible y presumidamente, en las próximas elecciones generales del 20-N. Veremos.

Sin embargo, no es necesario ser demasiado perspicaz para saber que ni una cosa ni la otra son puramente ciertas, y que probablemente Zapatero esté tan lejos de haber provocado la crisis como lo ha estado, durante todo este tiempo, de poder resolverla, paliar los daños, o de vaticinar acertadamente ningún progreso al respecto, y que esa misma distancia será la que también separará a Rajoy -en caso de ser investido presidente- de cualquier solución que no haga aguas y que precisamente por ese motivo no se percibe ninguna expectación internacional, ni especial interés fuera de nuestras fronteras, en el probable cambio de partido en el gobierno o en el asegurado cambio de presidente de España.

Recuerdo que esta crisis al empezar parecía un charco; no es fácil olvidar cómo Zapatero chapoteaba en la incipiente crisis -se diría que grotescamente feliz- para intentar desviar la atención o el agua, quién sabe, pero el caso es que no conseguía más efecto que ninguno; tampoco es fácil olvidar cómo el PP no hizo ni eso, ni nada, ni cómo cambió el verbo por la palabra, la mano de auxilio por el dedo que acusa y bueno, el charco continuó creciendo luego como río empeñado en erosionar a un rocoso capitalismo que entretanto no ha dejado de levantar presas de barro, obstinadamente en vano, por lo que la crisis sin ningún impedimento real ha proseguido su curso río abajo y acelerada, tal vez camino de llegar a ser océano y anegar al mundo conocido, esto es, peinado a la forma occidental, con la raya hacia un capitalismo autoritario, en donde a todo se la ha podido asociar un precio, en donde manda el dinero y manda lo que quiera, venga de donde venga, mientras se pague o se deba la cantidad acordada.

Ahora que acaba agosto y empieza la nueva temporada política, por supuesto centrada en la crisis, aparecen de nuevo proyectos de nuevos diques, que pretenden ser algo más consistentes que los de barro pero que a la larga resultarán igual de inútiles. Y es que no es posible solucionar algo con respuestas que no abordan el verdadero problema, todo lo más que se puede hacer así es ir gestionándolo (que es lo que se lleva haciendo ahora: las medidas anunciadas como anticrisis son en la práctica y en realidad procrisis) , es decir que nos limitan a pervivir mientras dure.

Si la crisis parece haber puesto al capitalismo frente a un espejo para subrayar y hacerle ver que es insolvente, incapaz de costearse la visión del mundo que nos vende, ¿Cómo va a salir al paso e indemne con unos simples retoques, que para colmo dan aliento al verdadero problema y lo inflan? Que no es otro que el inexistente tope a las riquezas: un sistema económico sin techo lo que irá poblando a la larga es el suelo.