Favàritx en Berlín
Cada vez que vengo a Menorca procuró pasar, aunque sea unos minutos, por Favàritx. El paisaje me parece sobrecogedor y mágico desde la primera vez que vine a la isla. Me gusta en verano, en las noches de luna llena reflejada en las lascas de pizarra que conforman el cabo, cuando dice la leyenda que si andas sobre los charcos que allí abundan, fruto de pasados temporales, recibes de la luna y del agua del mar fuerza, energía y fertilidad. Me gusta especialmente en invierno, los días de tramontana, cuando la mar muestra toda su violencia y grandiosidad estrellándose contra las rocas, azotando y cubriendo de espuma la zona del faro. Siempre le decía a mi mujer que Favàritx era el sitio para vivir en Menorca, ante su cara de horror pensando en la soledad y en las inclemencias del tiempo, sobre todo en el viento de tramontana de las noches de temporal. Y siempre pienso que esa atracción, la que yo siento, tiene que ser compartida por mucha gente y, prácticamente, por todos los menorquines. La belleza del lugar, su poderío, su fuerza lunar, son inequívocas. Contemplación, soledad, misterio.
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