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En estas líneas quiero señalar la necesidad y la importancia determinante de la estabilidad monetaria para el crecimiento económico y que un plan de estabilización para el arreglo de desajustes monetarios no se alcanza gratuitamente, sí no que además de los esfuerzos contractivos de recursos conlleva una aminoración del crecimiento en los ejercicios económicos que siguen al plan con el malestar social consecuente hasta que la economía consiga recuperarse, transcurridos no menos de unos tres o cuatro años según nos enseña la historia económica.

Destacados expertos han demostrado que la etapa "Golden Age" para el crecimiento económico de Europa, 1950-1970, se caracteriza por la estabilidad monetaria y que contrasta con los desajustes del periodo 1920-1936, que acabaron con el Patrón Oro, es decir el secular orden internacional establecido al término de las guerras napoleónicas y también marca notables diferencias con los dos decenios que siguieron a la llamada crisis y depresión del petróleo, 1973-1993, caracterizados por inflaciones monetarias en los países occidentales, altas tasas de interés y sensibles oscilaciones en el cambio valutario, que comenzaron con el abandono de Estados Unidos en 1971 de la convertibilidad monetaria dispuesta en Bretton Woods y culminaron con las perturbaciones monetarias de 1991-1993 que llevaron al Reino Unido a abandonar el SME definitivamente, después de las especulaciones sobre la libra contra el Banco de Inglaterra, aprovechándose de los márgenes de fluctuación cambiaria y la libre circulación de capitales.

Los años 1950-1970 son aleccionadores para comprender que la estabilidad monetaria es fundamental y es inseparable del crecimiento económico espectacular que experimentó Europa en aquellos años; pero también los desajustes del patrón oro crepuscular y la deflación monetaria de los decenios de 1970 y de 1980 nos confirman la misma tesis. Los europeos pensaron que la moneda única pondría fin a las especulaciones monetarias; sin embargo, las oscilaciones en la prima de riesgo de la deuda pública de los países de la Unión Monetaria Europea respecto a los títulos de Alemania provocan asimismo actualmente graves perturbaciones monetarias especulativas que desfavorecen la definitiva estabilización del euro, superadas ya las crisis financieras de varios países del área, en particular de Grecia y sin duda el reciente acuerdo estabilizador del dólar facilita la estabilización monetaria general, como plataforma de la recuperación económica de occidente. Sin embargo lo logrado hasta ahora es insuficiente.

Respecto al tema de los costes de una estabilización monetaria, los ejemplos históricos del caso de España son elocuentes. El plan de estabilización de 1932, de Jaume Carner, impulsado por el Banco de España durante el bienio socialista de la Segunda República condujo a que el gobierno perdiera la confianza de los ciudadanos en septiembre de 1933. El plan había supuesto congelaciones de sueldos de funcionarios, nacionalizaciones de deuda pública, mantener tipos de interés altos, contracciones de créditos, entre otras medidas. La estabilización de 1959 de los tecnócratas de la última fase del franquismo, arrancó de una reforma administrativa y de una eficaz reforma tributaria en 1957 que generó sucesivos superávits presupuestarios hasta 1965, algo insólito en la historia financiera de España, el grueso de las medidas se dispusieron en 1959-1960 y sus efectos fueron socialmente negativos a corto plazo, con incremento de emigraciones a Europa en esos años. La recuperación no se iniciaría hasta 1963 cuando la aplicación del primer plan de desarrollo. Los pactos de la Moncloa fueron el inicio de un aumento del desempleo cada vez más alarmante, incremento de deuda pública y del déficit presupuestario; los objetivos inmediatos de ingreso de España en la Unión Europea nublaron el cometido de una necesaria reconversión industrial, que sigue siendo una asignatura pendiente de la economía española, aunque ello chocaría con los acuerdos de 1992 que autorizaron el libre movimiento de capitales entre países miembros.

Por tanto, la estabilización monetaria es necesaria, pero no conlleva recuperación económica inmediata y, por tanto, subsisten durante un tiempo los efectos sociales negativos de la depresión como el paro creciente hasta que se ponga en marcha una ostensible recuperación del PIB, lo cual lleva su tiempo. Los milagros en estos asuntos no existen y no se puede fundamentar la crítica política a tenor de estos vaivenes económicos sin los matices precisos que tocan a las responsabilidades limitadas de los gobiernos en lo que se refiere a la parte de factores externos de la crisis de un país en particular.
En contra de la apariencia, las administraciones locales y autonómicas sí pueden colaborar y mucho en el objetivo estabilizador, no sólo reduciendo gastos públicos, sino también haciendo caja, eliminando agravios comparativos, a través de las tasas administrativas pendientes de liquidación y cobro, así como logrando, en el caso de Baleares, que la Comunidad deje de ser el farolillo rojo del conjunto de las finanzas autonómicas.

Por otro lado, los vaivenes de la "prima de riesgo" en el caso de España no se corresponden con la realidad económica del país, que arroja indicadores claros, aunque todavía tenues, de recuperación económica. La discordancia a su vez indica que el trastorno financiero persiste en el conjunto de la Europa del Euro, a pesar de la imagen de moneda única, que encierra una unidad ficticia y llamando a las cosas por su nombre requiere una urgente reforma que elimine el nacionalismo financiero.