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He dedicado cerca de cuarenta años de mi vida profesional en la docencia universitaria a enseñar a miles de estudiantes que querían ser periodistas, o mejor dicho comunicólogos, que no es exactamente lo mismo, cómo gestionar la información masiva que nos invade y estructurar el propio pensamiento de modo que sea inteligible para el hipotético receptor del mensaje que sea. Es éste un mundo apasionante que se ampara bajo el epígrafe – asignatura – de documentación o sistemas de documentación (documentación informativa se titula ahora en mi facultad) como se llamaba últimamente desde la aparición de internet. Se trata como sea de ordenar de tal suerte las ideas y los sentimientos que bullen en el cerebro y del corazón del que habla o escribe para otros, a fin de que el destinatario de su mensaje no tenga que sufrir intentando descifrar lo que se le quiere comunicar como si de un jeroglífico se tratara.

Es ésta una circunstancia, la mía quiero decir, que me hace ser especialmente sensible a la hora de leer o de escuchar a quienquiera que sea y adivinar lo que se me quiere transmitir. Con placer y sin esfuerzo cuando brilla la claridad y la sencillez en el texto que leo o en el discurso que escucho, o con una buena dosis de malhumor, si por mucho que me esfuerce no entiendo de entrada ni la mitad de lo que el emisor de turno trata de decirme, una situación por cierto que se produce con más frecuencia de lo que uno quisiera.

He leído hace pocos días un trabajo de curso - "Menorca amb sabor britànic" es su titulo – del que es autora una sobrina nieta mía, Helena Coll-Vinent, una estudiante de 17 años, que es el que ha provocado el presente comentario. Acostumbrado como estoy a leer muchas tesinas en mi universidad, certifico, si se puede hablar así, que se ajusta a los cánones de una correcta investigación al nivel del grado de bachiller. No es sin embargo esta circunstancia la que me interesa destacar sino el que leyendo un ejercicio académico de esta naturaleza, y dimensiones – apenas unas 70 páginas ilustradas con gráficos muy expresivos de la tesis que en él se sustenta – puede uno tener una visión muy aproximada de lo que ocurrió en Menorca a lo largo del siglo XVIII con los ingleses y franceses ocupando al alimón – los ingleses sobretodo - nuestra Isla. La ventaja de la brevedad, cuando ser breve implica un esfuerzo de síntesis nada fácil y quizá por este motivo es tan poco frecuente, es que hace posible la comprensión de una serie de hechos ocurridos nada menos que durante una centuria. Para mi ha resultado muy provechosa aparte de agradable la lectura de una historia en parte ya conocida enriquecida en este caso con la aportación de muchos datos, novedosos todos ellos, que en esto consiste la tarea de los que al nivel que sea se consagran a la investigación.

En algunos casos no hay más remedio que tragarse unos cuantos mamotretos, interesantes pero más bien pesados, si uno quiere penetrar un poco a fondo en los intríngulis de nuestra historia local y más aún si se va más lejos, en la historia por ejemplo de una nación. Se agradece por este motivo que de vez en cuando aparezcan monografías breves y enjundiosas o tesinas como es el caso que ofrecen en una pincelada fácilmente entendible para el lector medio de lo que hace muchos años ha ocurrido en un período concreto de la historia de un determinado país.