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Era una tarde tranquila de primeros de Julio, con miles de viajeros con las maletas listas para empezar sus vacaciones, cuando las emisoras de radio, los periódicos digitales y el Canal 24 H empezaron a echar humo. Dos de las llamadas "noticias bomba" llegaban desde Nueva York y Madrid.

Las dos afectaban a la presunción de inocencia de sus protagonistas, incursos en procesos judiciales de muy distinta índole. A esa hora la sede de la Sociedad General de Autores y Editores, la SGAE, estaba tomada por la Guardia Civil en busca de documentación sobre un delito de apropiación indebida por parte de su cúpula directiva. Su máximo responsable Eduardo Bautista había sido detenido.

Desde la polémica sobre el canon digital, e incluso antes, Bautista se había convertido en uno de los personajes más odiados de este país. Era el recaudador de los derechos de autor, muertos o vivos, que husmeaba en peluquerías, bares, y cualquier local comercial que osara poner música sin devengar tributos a la SGAE.

Sus denuncias alcanzaron a vecinos de ayuntamientos que en sus fiestas populares intentaban representar alguna obra clásica. Las reclamaciones pecuniarias de la SGAE hacían que los improvisados actores no pudieran subirse al escenario.

Por todas estas razones las redes sociales, en Internet, ardían ayer de entusiasmo al conocer su detención. ¿Eso le hace culpable de los delitos que se le imputan? No.
Viene esta obviedad a cuento, por lo sucedido con la segunda noticia del día: la puesta en libertad, sin fianza, del ex gerente del FMI, Dominique Strauss Kahn. Después del revuelo mediático organizado por su sonrojante y rocambolesca detención a bordo de un avión en el que precipitadamente huía de Nueva York, ahora el fiscal considera que la víctima de su agresión sexual es una mentirosa.

Los cargos contra Strauss siguen su curso penal y no se le permite abandonar Estados Unidos, pero los socialistas franceses han llegado a cuestionarse el retraso en el proceso de primarias para que pudiera incorporarse a el.

Lo que se demuestra en ambos casos es que la condición de imputado o exculpado no depende de la mayor o menor simpatía, o incluso animadversión, que el personaje despierte en la sociedad. Por lo que, antes de dar rienda suelta a juicios de valor, hay que dejar que la justicia haga su trabajo.