El 30 de junio pasado el teólogo español Olegario González de Cardedal, a quien tuvimos el gusto de escuchar en Mahón en la pasada Cuaresma, recibía junto con otros dos teólogos, el premio «Joseph Ratzinger», recientemente instituido por un colectivo de personas de indudable prestigio para reconocer los méritos de quienes se esfuerzan por dar a la sociedad una visión avalada por los valores del pensamiento que quiere vincularse a la Verdad que abre al hombre perspectivas de trascendencia.
Algunos han calificado ese premio como «el Nóbel de la teología». Si bien no parece del todo acertado ese parangón, es cierto que se trata de una honrosa distinción, significativa de las perspectivas luminosas que se descubren en el esfuerzo y la feliz orientación de una teología que va abriendo caminos marcados por la fidelidad a la auténtica tradición eclesial y por los impulsos de una expresión creativa y fecunda.
En uno de sus últimos escritos González de Cardedal se expresa con estas significativas palabras: «Los teólogos han hablado de Dios de dos formas fundamentales: recogiendo las palabras y preguntas que los hombres han hecho por Dios y los testimonios que los creyentes nos han dado de Dios. Los primeros nos han dicho lo que nosotros pensamos de Dios. Los segundos nos han dicho lo que Dios piensa sobre nosotros. Preguntas y respuestas son igualmente esenciales: tanto las de los hombres buscando a Dios como las de Dios buscando a los hombres. Esas preguntas y respuestas no cesan nunca, pero ni Dios deja de hablar ni el hombre deja de preguntar por él. Podrá haber un silencio social de Dios, pero ¿qué pasa en las conciencias? ¿Dónde están sus anhelos verdaderos? ¿Añoran a Dios y lo reprimen? Hay que dejarle que pase a la luz pública, porque todo lo reprimido personal o colectivo, vuelve. Una vuelta salvaje de la religión es indirectamente fruto de esa represión. Retesada, el agua de los estanques rebosa por los acirates» (ABC, La tercera, 30 de junio de 2011).
Me parecen muy acertadas esas reflexiones. Si nos cerramos a la trascendencia y a la presencia de Dios, los caminos del hombre se vuelven cada vez más tortuosos y pueden conducir había abismos no previstos ni deseados. Recientemente en una de sus catequesis semanales (25 de mayo de 2011) Benedicto XVI exponiendo el pasaje bíblico que se ha llamado «El combate de Jacob con el ángel», decía: «El texto bíblico nos habla de la larga noche de la búsqueda de Dios, de la lucha por conocer su nombre y ver su rostro; es la noche de la oración que con tenacidad y perseverancia pide a Dios la bendición y un nombre nuevo, una nueva realidad, fruto de conversión y de perdón. La noche de Jacob en el valle de Yaboc se convierte así para el creyente en un punto de referencia para entender la relación con Dios que en la oración encuentra su máxima expresión». No cabe duda de que el hombre que busca sinceramente a Dios debe buscarle también mediante el esfuerzo de la plegaria. Por eso el Papa continúa la catequesis diciendo: «La oración requiere confianza, cercanía, casi en un cuerpo a cuerpo simbólico no con un Dios enemigo, adversario, sino con el Señor que bendice y que permanece siempre misterioso, que parece inalcanzable». Pero la bendición que pedía Jacob a aquel personaje misterioso es, sin duda, el don de la fe, la cual no aparece nunca como irracional, sino como aquello que está por encima, pero no en contradicción con el don de la razón, la cual también es un don divino. «Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios», dijo Jesús.
Finalmente, es preciso constatar que Dios quiere que quienes le conocen no se queden en una simple aceptación de un saber teológico, sino que entren a formar parte de una alianza individual y colectiva que él propone y que no se puede rechazar sin que ello implique un desprecio, porque es la alianza dictada por el amor y que ha adquirido especiales resonancias con el misterio de la encarnación, por la cual el corazón de carne de Cristo es una cercana y cordial manifestación divina. «La Alianza -escribía Karol Wojtyla- nace del gran Corazón, del amor de Dios por el hombre. Al mismo tiempo, la Alianza se construye sobre la verdad, arraiga en lo que es real, esto es, en lo verdadero» (Signo de contradicción, Madrid 1979, p 30).
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