Es como si todo estuviese trágicamente orquestado. No podía elegir peor momento el futuro candidato del Partido en el poder, para anunciar un programa de drástica reducción de efectivos de las Fuerzas Armadas. Lo que indiscutiblemente es un guiño a los electores de izquierdas –aquellos del «no a la guerra»– no se podía hacer en peor momento. Nada nuevo. Se suma a una consciente campaña de desarbolar otra Institución, socavando los cimientos de su esencia, permitiendo que se cierren Cuarteles Generales como el de la OTAN en Retamares. ¿Más reducciones aún?
Coincidía con otras manifestaciones del portavoz de Bildu en las que pedía la salida del País Vasco, del Ejército y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Pero al mismo tiempo, su contrincante en unas frustradas primarias, la Ministra de Defensa, más conocedora y finalmente comprometida con los ejércitos porque en estos años ha captado cómo son sus miembros, acudía a Herat en Afganistán para repatriar a los cuerpos sin vida de dos soldados y a los heridos en reciente atentado.
Para acabar de sazonar la tragedia que vive nuestra Patria, los mismos nacionalistas que consiguieron del ministro de turno quitar el lema «A España servir hasta morir» de la Academia de Suboficiales de Tremp, arañaban con una simple abstención en el Congreso de los Diputados la propiedad de los ocho hospitales de la Seguridad Social de Cataluña, red sanitaria que es de todos los españoles. Aparecen los mismos protagonistas que cesaron fulminantemente al Jefe de la Fuerza de Maniobra del Ejército, Teniente General Mena, por decir en una Pascua Militar los peligros a que nos conducían ciertas derivas, que ahora constatamos. Persona culta, abierta, respetuosa con la legalidad vigente, no dijo más que lo que reza nuestra Constitución a la que ahora se sabotea permanentemente desde distintos ángulos políticos y judiciales. No podemos olvidar que el cese del General Mena arrastró al del Jefe de Estado Mayor, García González, que le defendió.
Siguen en pie los mismos protagonistas. Sigue la misma campaña de acoso y derribo.
Precisamente de la Academia de Tremp procedía uno de los fallecidos en Afganistán, el Sargento Argudín. Le habían arrancado el «a España servir» de las piedras de su Academia, pero no habían conseguido desterrarlo de su corazón. Y mientras él y muchos otros cubren con su «manto de seguridad» nuestra libertad y la de otros ciudadanos del mundo, aquí les ninguneamos cuando no les traicionamos por retaguardia. Porque unos políticos abandonados por la opinión publica , contestados desde la calle por miles de «indignados», se agarran al poder pase lo que pase, o sacan el máximo partido del río revuelto, abusando de la debilidad creciente del Estado.
Sólo puedo confiar en un día en que todo pueda reconducirse. Las sociedades tienen recursos humanos para resarcirse y para saber separar el trigo de la cizaña.
Y deberá poner en su sitio a los que insultan a las Instituciones, aunque vivan de ellas, a los que odian a la Bandera de todos y aprovechan la primera ocasión para esconderla o insultarla, aunque cobren de todos. A los que utilizan a las Fuerzas Armadas y a los Cuerpos de Seguridad del Estado como peones de su política partidista, los que utilizan una antes prestigiosa Seguridad Social como moneda de cambio, como si lo de todos fuese de ellos.
Mientras, en «tierra extraña» unos soldados seguirán cumpliendo con su deber. Se repondrán las bajas, el recuerdo de los fallecidos seguirá en el corazón de sus compañeros de armas, y comprimiendo el dolor y la rabia seguirán trabajando abriendo rutas, pero sobre todo abriendo mentes a un pueblo que tiene la gran oportunidad de salir de su Edad Media y de desligarse de feudos tribales y de señores de la guerra.
Aquí se seguirán haciendo apuestas y previsiones que hablan de repliegues, relacionados con elecciones internas, con políticas de otros países de la coalición, con presupuestos, dando aliento a los insurgentes que se crecen ante nuestras debilidades. Se volverán a rasgar vestiduras ante atentados previsibles, mientras se sabotea, se desguaza, cuando no se insulta, aquello por lo que han dado su vida dos soldados españoles.
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