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Hallábame muy cerca de alcanzar el estado alfa gracias al masaje cerebral que me estaba proporcionando el humor inteligente encerrado en la paginas de la última novela de Pedro J. Bosch "Cuestión de huevos". Hallábame pues sereno y divertido, albergando la determinación de dar un giro drástico al tono de vocación nítrica de estos artículos en que vengo descargando la rabia acumulada y la impotencia arraigada en algún sitio cercano a mi vesícula biliar. Y no es que me sintiera aliviado por haber recibido explicación satisfactoria o reparación alguna por parte de nadie, ni porque las cosas hayan empezado a cambiar (es demasiado pronto para eso) ni porque tenga fe ciega en que lo harán (la edad me ha hecho un poco incrédulo al respecto) sino simplemente porque la serotonina fluía por mis sinapsis con cierta fluidez.

Las buenas intenciones amenazaban con truncarse al leer en una nota laudatoria a la labor del anterior titular de Turismo en el Consell la siguiente frase: "…su trabajo termina con buena nota". Pero es que ahora ya no estaba leyendo "cuestión de huevos" aunque pudiera parecerlo, sino la prensa. A tomar por saco la serotonina. Corríjanme si me equivoco: yo diría que el turismo en Menorca ha venido siendo maltratado a ritmo creciente durante los últimos años torpedeando con rigor desde dos frentes distintos pero con similar eficacia su línea de flotación, esto es, su acceso a la isla. Por mar, básicamente con la herramienta de unas tarifas abusivas, unos horarios cambiantes a voluntad de la naviera y según su conveniencia, una antipatía en el trato y una ausencia de información tercermundista (encontrarán literatura al respecto en las cartas de los lectores, y lo podrán corroborar escuchando las quejas airadas de infinidad de afectados); por aire el mecanismo ha sido también contundente: precios irracionales e irritantes y reducción de frecuencias han conseguido que incluso los que poseen en Menorca una segunda residencia hayan renunciado a sus habituales visitas de antaño. Por tierra ha sido técnicamente imposible cagarla.

Con armas tan letales el resultado es el que cabría esperar: la temporada ha quedado reducida a la mínima expresión de unos cincuenta días al año (mal contados con optimismo).

Menorca es posiblemente el único lugar de España que no se ha beneficiado de la crisis del Magreb. Se ha gastado mucho dinero en convenios con touroperadores, jornadas gastronómicas y otros artilugios fallidos. Las plazas que se han conseguido captar por estos procedimientos algo peregrinos y tras gastar no pocos millones de euros, han consistido en turistas concentrados en pocos meses, con gasto cero en oferta complementaria que saldrán de aquí algo más que bronceados, con nulo conocimiento del paraíso que han rozado tangencialmente y con el colesterol y los triglicéridos disparados gracias al garrafón a gogó y las delicatessen del todo incluido. Corríjanme si me equivoco: Esto no es para tan buena nota. En Mallorca e Ibiza disponen de vuelos baratos. Ignoro cómo lo han conseguido, pero me indica que se puede conseguir. Quizás la solución pase por lo que un amigo al que considero dotado de sentido común me comentaba: posiblemente funcionase cambiar el destino de esos millones de euros de la siguiente guisa: invertirlos en ofrecer a las compañías la cobertura de las posibles pérdidas que se produjesen al ofertar plazas baratas de avión a (y desde) los principales destinos nacionales. Siempre según mi amigo, esta maniobra ha funcionado en Galicia , en donde tras un ejercicio deficitario (pero nunca tanto como los palos de ciego de iniciativas probadamente fracasadas ya aquí) se ha creado una tendencia que ha hecho crecer el turismo ( un 30% según su versión) hasta el punto de que el segundo año han entrado otras compañías a competir por el mercado creado, con lo cual ya no ha sido necesario cubrir pérdidas, pues éstas no se han producido. En todo caso, y dado que no soy ni mucho menos experto en la materia haré sólo hincapié en que o invertimos la tendencia o en años sucesivos veremos reducirse la temporada a veinte días del mes de agosto.

Pero en realidad, antes del bajonazo neuronal que me ha transportado al turismo y sus miserias, tenía la intención de comentar una bella teoría que sostiene Carlos Medina, según la cual "los males de la Menorca actual se deben a la pérdida (no se sabe si irreparable) de dos grandes posesiones que tuvo en el pasado, a saber, la alegría y el glamour". Además de bella me parece una teoría perspicaz. ¡Cuánta alegría y cuánto glamour se respiraba por estos lares! Al menos cuando mis ojos los vieron, en primera instancia en los nacientes ochenta, pero presumiblemente también mucho antes. Me proponía compartir con ustedes algunos recuerdos al respecto. Intentaré cuando retome esta empresa hacer una previa desintoxicación de la realidad presente para eliminar cualquier atisbo de mala uva. Hasta entonces que ustedes lo pasen bien.