En la década de los 80-90 del siglo pasado, con el pretexto de modernizar la educación y la enseñanza en España, el gobierno del Sr. Felipe González en coalición con una corriente pedagógica caracterizada de todos los atributos de una secta, perfectamente ignorante en todo conocimiento que no fuera el de especular con modelos teóricos, aunque con pretensiones de ciencia, y cuya ambición máxima era convertirse en el eje central de la reforma y del nuevo sistema (1), y con el aplauso interesado de una clientela adicta y votante fiel, pero en contra de la opinión experta de numerosos veteranos profesionales de la enseñanza, en contra de la evidencia experimental determinada por los malos resultados que el nuevo método había obtenido en todos los lugares donde se había aplicado y en contra de todas las corrientes que se estaban imponiendo en Europa, inició una frenética carrera hacia atrás e impuso un nuevo modelo educativo fundamentado en los rancios postulados socialistas del igualitarismo y la enseñanza integrada, cuyas consecuencias la sociedad actual todavía sigue padeciendo. Los peores augurios se vieron pronto confirmados por la realidad y el nuevo modelo se mostró como una eficaz y potente máquina igualitarista de fabricar ignorancia (2), de mantener infantilizado al adolescente negándole el "apoyo resistente, cordial pero firme, paciente y complejo que ha de ayudarle a crecer hacia la libertad adulta" (F. Savater, "El valor de educar", Ariel) y de obstaculizar su progreso natural hacia la madurez. Las consecuencias de este maridaje a tres bandas, por más que se han pretendido maquillar y ocultar, son hoy bien conocidas: trivialización de contenidos fundamentales, relativización del conocimiento frente al método, impregnación transversal de doctrina política en los aprendizajes, descenso brutal en la calidad de la transmisión y en la generación de conocimientos y, por tanto, en el rendimiento de los alumnos y un aumento alarmante del fracaso escolar y del abandono prematuro de la escuela. Resultados, estos últimos, en total contradicción con los grandes éxitos que la propaganda oficial proclamaba que se iban a conseguir. Si analizáramos cómo han ido evolucionando los sistemas educativos y sus rendimientos en los países desarrollados, incluida España, a lo largo de las últimas décadas, nos encontraríamos con que en los años 60 y los 70 del siglo XX muchos intelectuales y muchos dirigentes políticos, no sólo de partidos de izquierda sino también de centro y de la derecha, deslumbrados por el desarrollo tecnológico del régimen comunista soviético, que atribuían a la eficacia de las innovaciones y de los postulados que vertebraban los sistemas educativos de la propia URSS y de Alemania Oriental, optaron por reformas que incorporaban algunos de aquellos postulados, como el de la "comprensividad". Incluso en España, el régimen franquista viró sensiblemente en esta dirección con la ley Villar Palasí de 1970. Sin embargo, a principios de la década de los 80 esta tendencia entró en crisis y se instauró un clima de desencanto sobre la eficacia real de las reformas emprendidas. En EEUU, los gobiernos conservadores de Reagan y Bush y más tarde el de la Sra. Thatcher en el Reino Unido, conscientes de que la educación se había degradado hasta un nivel de mediocridad incompatible con los desafíos económicos y sociales de sus países, emprendieron importantes reformas encaminadas a la búsqueda de la excelencia educativa. En Europa, por el contrario, los gobiernos socialistas, pese a la evidencia de los malos resultados a que conducían los principios educativos de las dictaduras comunistas, pese a que las reformadas llevadas a cabo por los conservadores en EEUU y el Reino Unido estaba dando su fruto en objetivos de excelencia y pese al cambio de rumbo en los países nórdicos europeos, cuyos sistemas educativos habían sido y eran todavía de clara inspiración socialista, se empecinaban obstinadamente en seguir anclados a los viejos postulados igualitaristas. Sólo el hundimiento de la URRS y la caída del muro de Berlín pudieron hacerles abrir los ojos a la realidad y abandonar las políticas que, basadas en el igualitarismo y la comprensividad, se mostraban ineficientes.
Maximalismo doctrinario, excelencia educativa e igualitarismo (I)
02/05/11 0:00
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