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Aquel adolescente parecía haberse percatado de golpe, de las dimensiones del embrollo en el que se estaba metiendo:

- Es un exceso de información apabullante…te sientes perdido sin saber por donde empezar, es mucho más de lo que tu cerebro puede llegar a asimilar. No es extraño que te sientas agobiado…y al final, acabas teniendo un conocimiento demasiado superficial de todo.

- Solo es una biblioteca, chaval -le dijo su abuelo-. Tienes que aprender a elegir y a rechazar. Así es la vida…

Aquel hombre anciano había sido joven una vez y profesó el culto al cuerpo. Con el paso de los años, había perdido aquella fe por completo. Se refugió en laberínticas bibliotecas de silencio sepulcral, repletas de gruesos volúmenes. Sobre todo, cuando llovía. Como no tenía mucho criterio, escogía libros de manera aleatoria, caprichosa o alfabética (aunque algunos lo atribuirán al destino o a otras fuerzas ocultas).

De esas extrañas combinaciones lectoras le quedó la peculiar costumbre de mezclar los temas más dispares, que se tomaba y saboreaba lentamente, como un cóctel. Degustando cada sorbo de letras con la expresión agradecida y ávida de un invitado gorrón.

- ¡Háblame de la crisis, abuelo! -le soltó el joven.

-Los humanos solo aprendemos a base de palos. Cuando todo va bien, nos confiamos en exceso. Cuando va mal, no nos queda más remedio que espabilarnos: se aceleran los cambios, las reformas, se agudiza el ingenio. En mis tiempos ya había unas crisis de campeonato.

¡Incluso guerras mundiales! Pero las crisis hay que resolverlas para que no se te junten con la siguiente, para que no se acumulen… ¡Lástima de tanto sufrimiento que vamos dejando por el camino!

-¿Y cómo se resuelve una crisis, abuelo?

-Todo está en los libros, muchacho. La solución está ahí. ¡En los libros!

Después de años de lectura, durante horas y horas, para seguir tan tajante consejo, el nieto volvió a visitar a su viejo guía familiar.

-Muchas cosas han pasado desde aquel lejano día, abuelo: he leído muchísimo, la crisis ya no es la misma…no encontré la solución que esperaba…

-Bueno, nunca dije que el libro de la solución ya estuviese escrito.

Se quedó absorto de nuevo, escuchando la voz de la experiencia.