La instalación de una lona publicitaria para cubrir la fachada del antiguo hospital militar ha hecho correr mucha tinta en los medios de comunicación. Tras varios años de exhibirse la degradación de este inmueble mahonés y de reclamar algún tipo de intervención (para muchos ciudadanos la medida más sensata sería proceder a su demolición), se hizo público y se materializó el pacto entre la sociedad propietaria, el Ayuntamiento y la Fundació Destí. Una gran lona oculta la situación de ruina del edificio situado en una de las entradas a la ciudad, operación que ha sido financiada en parte con dinero público y que ha provocado naturalmente un alud de duras críticas.
Se ha consumado por tanto una auténtica chapuza, cuando lo que se exigía desde la calle era una actuación política contundente, también en materia sancionadora, y no una actitud benevolente y tolerante. Así pues, en lugar de afrontar de una vez por todas la resolución del problema la autoridad municipal ha optado por intentar ocultar el problema a los ojos de menorquines y visitantes. (Que los turistas tampoco son tontos y al observar que no se ejecutan obras en el recinto intuirán fácilmente que tras la lona de marras no se esconde precisamente una joya arquitectónica en fase de rehabilitación).
A nadie se le escapa que mediante sucesivos actos de asombrosa debilidad política, y tal como ya se ha apuntado en los medios, podrían instalarse gigantescas lonas en el antiguo cuartel de Santiago, en el antiguo hospital Verge del Toro o en el inmueble que albergó la fábrica Codina. (Puestos a eliminar imágenes no deseadas en esta reserva de la biosfera, también podría cubrirse la central de ENDESA en el puerto de Maó; o el conjunto de antenas existente en El Toro, por cuya supresión se pronunció por cierto Joan Huguet hace unos veinte años cuando ostentaba el cargo de presidente del Consell insular).
Frente a la posición de los ciudadanos que aceptan sin rechistar la solución provisional de la lona publicitaria como vía para ocultar las vergüenzas urbanas (a saber durante cuántos meses, o incluso años, adornará la lona el ruinoso inmueble que cobijó un centro hospitalario; a saber si con el paso del tiempo o por mor del gamberrismo la lona deberá ser reemplazada por otra lona), han surgido otras sugerencias. Una de ellas propone que la lona tenía que haberse dejado en blanco, sin imágenes urbanas o turísticas, y usarla como pantalla para montar en el recinto un cine de verano al aire libre. Se le daría así una utilidad más provechosa.
Pero quizá no falten quienes aboguen por la retirada de la lona y mantener adrede, a la vista de todo el mundo, la degradación urbanística, el deplorable estado de ruina alcanzado por el edificio que fuera hospital militar. ¿Con qué propósito? Pues uno muy concreto, aunque perezca descabellado. Si se mira al futuro, es recomendable facilitar la labor investigadora de arqueólogos, historiadores, arquitectos, urbanistas, antropólogos y sociólogos del cuarto milenio. Si el lector tiene la amabilidad de participar por unos instantes en un sencillo ejercicio de futurismo y se sitúa por ejemplo en el año 3115, quizá le resulte más fácil comprender que las ruinas del hospital militar pudieran ser declaradas bien de interés cultural o acaso ser consideradas a todos los efectos oficiales un peculiar talayot -uno más- de este convulso siglo XXI, un talayot que a modo de monumento a la vergüenza ilustraría, entre otras cosas, sobre la profundidad de la crisis inmobiliaria registrada en los primeros lustros del mencionado siglo y de manera especial sobre la vergonzosa negligencia exhibida por determinados promotores urbanísticos y gobernantes de la época. Solo habría que colocar, junto al monumental talayot, una enorme placa bien visible en la que constaran claramente las razones por las que se decidió conservar y mantener al descubierto semejante 'patrimonio arqueológico'.
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