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Rosa no escribe "lunas" pero su sonrisa evoca la calidez del sol. Se le borra al evocar una vivencia de esta misma semana. "Estaba en la playa, la mar tan plana, leyendo tranquila y me sorprendí pensando que por increíble que pareciese en la otra orilla se está librando una guerra", me cuenta Rosa mientras el asombro se pinta en su mirada siempre curiosa e inquisitiva. "Podrías escribir de eso", me anima. "La idea es tuya", objeto. "Te la presto", contesta sonriente. Acepto el préstamo. Mientras usted lee estas líneas la gente mata y muere en Libia, como lo hace en otra veintena de países en los que siguen activos guerras, crisis o conflictos con la consiguiente violación de derechos humanos. En la otra orilla del Mediterráneo, la selva colombiana o el desierto africano se dirimen las diferencias a base de AK-103 o M-16, escaramuzas y daños colaterales. Se combate por dinero, por poder y, recientemente, por la defensa de bienes -libertad, justicia, igualdad, democracia- que, seguramente, usted y yo no valoramos en su justa medida, de tan obvias que nos parecen, por mucho que también aquí costaran sangre y fuego.