La semana pasada 'el de arriba' me regaló unos días libres que aproveché para cumplir un sueño de pequeño: Perderme por Amsterdam con unos colegas. A pesar del pánico que le tengo a los aviones me agarré los machos, anestesié el trayecto con alguna que otra cerveza y una hora y pico y varias turbulencias después aterricé en la capital de los países Bajos. A primera vista fue como estar en Venecia aunque en lugar de oler a caca, olía a droga. 'Pero no pinta mal', pensé, obviando el grado huérfano que tiritaba en el termómetro de una farmacia cercana a la Central Station. Sants, para los catalanes.
Te confesaré un secreto, amigo lector. Yo no estuve en la legendaria Sodoma ni tampoco en Gomorra, pero por lo que me han contado Amsterdam es la versión 2.0, como se le llama hoy día a algo que ya existía pero que se ha mejorado. Básicamente todo lo que habrás oído es cierto. En Amsterdam el amor es para siempre mientras la cartera tenga aguante. Los 'Te quieros' te los susurran muchachas que tratan de hipnotizarte con cantos de sirena en una especie de pecera, luces de neón y bikinis de escándalo, con los que se convierten en las reinas del Barrio Rojo.
Pero en la singular zona no sólo hay amor de saldo y esquina. Los camellos campan a sus anchas, sin ningún Rey Mago a lomos, y lo mismo te ofrecen marihuana que setas alucinógenas, aunque el turista de a pie, que no es muy dado a 'mesclar ous amb caragols' acostumbra a aferrarse a un sucedáneo de cocaína que hace las delicias de aquel que quiere evadirse de todo cuanto le rodea. Y qué remedio... Las drogas son más baratas que el alcohol allá en lo alto. A uno, que los porros ni le van ni le vienen porque pasivamente ya se ha tragado suficiente humo para esta y otra vida, y que las setas le gustan muy hechas, con pimentón, ajo y perejil, sólo le queda bailar con la más rubia de todas. La cerveza.
Pero que nadie se asuste. Amsterdam también es como el Doctor Jekyll y Mister Hyde. Toda fauna nocturna duerme de día y los directivos de las grandes empresas guardan en el armario su traje sadomaso para enfundarse en una corbata que les aprieta más que cualquiera de los extraños juguetes con los que se divirtieron la noche anterior. Lujuria.
Amsterdam es una ciudad hecha para el pecado, donde (casi)todo está permitido. O mejor dicho, (casi)todo tiene un precio. Incluso la dignidad humana.
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