Viajar a París a finales de los años sesenta o principios de los setenta suponía viajar a la libertad democrática. El tren desde Barcelona, que ya salía precisamente de la estación de Francia, pasaba la frontera de Port-Bou y recorría la línea Perpignan, Narbonne, Montpellier, Nimes, Lyon para, ya a la mañana siguiente, llegar a París. En cuanto descendías en la "Gare de Lyon" Parisina lo primero era comprobar que el nivel de los conocimientos del idioma de Voltaire, Molière, etc. que habías podido conseguir en el Instituto o en el Ateneo de Mahón, era suficiente para hacerte entender y sobre todo para poder comprender lo que oías y leías. Inmediatamente te remitías a las enseñanzas del recordado Sr. Ontiveros, profesor del Instituto, y de la Sra. Carmona, magnífica profesora del Ateneo. Los ligues de verano con chicas francesas en Punta Prima también sumaban puntos.
En aquellos tiempos París significaba pues la aventura democrática que aún no se conocía en España. Si Londres era la meca del pop, del rock y de la modernidad social, la capital francesa lo era del ansia española por la libertad. Era la principal sede de los diversos grupos opositores al franquismo. En París era ineludible comprar "Le Monde" (para leer las noticias que no se publicaban en España) y "sentirte francés" leyendo el semanal satírico "Le Canard Enchaînè". A Menorca sólo llegaba la revista "Salut les Copains" donde reinaba Johnny Halliday, Sylvie Vartan, Antoine, Dutronc… y cómo no, "les Stones". Visita obligada en París eran las viejas librerías de Saint Germain para buscar libros del Ruedo Ibérico. Con el tiempo también me he convencido de que París, Sevilla y Hamburgo son las ciudades con más belleza física femenina por metro cuadrado. Arte en plena calle. Poesía en movimiento.
En el primer viaje te sorprendía comprobar la longitud de las "baguettes". Había algunas realmente enormes y más si las comparabas con los humildes "cocs" menorquines (no sexual meaning). Eran crujientes y realmente deliciosas y baratas como alimento para quien tenía un presupuesto ridículo rozando la pura miseria. También sorprendía que en muchos bares populares se expusiesen plataformas en el mostrador con huevos duros, mondos y lirondos (un sucedáneo humilde de los enormes "scottish eggs" británicos. No sexual connection either) que algunos se tomaban como usual aperitivo acompañando al Pernod o incluso al Cassis.
La estética de la mayoría de los jóvenes franceses seguía la moda inglesa. Una canción hablaba de "Cheveux longs, idées courtes". No era cierto. Aquella generación francesa impulsó la "revolución del 68" que, con todas las prevenciones que se quieran, significó el resurgir de la conciencia social en Francia y en buena parte de Europa por la incidencia que tuvo en la política de su tiempo.
Ya en los primeros setenta, desde España se escuchaba Radio París. En aquellas escuchas clandestinas nocturnas sabías de la Plataforma y de la Junta Democrática que, finalmente unidas, darían nacimiento a la famosa Plata-Junta que tanto incidió en la transición democrática española. La emisora informaba de las revueltas de estudiantes en Madrid y Barcelona, de las primeras huelgas, etc. Eran efectivamente tiempos predemocráticos.
La democracia ha unificado y unido España con los restantes países occidentales. En París es fácil sentirte ciudadano europeo y es fácil sentirte en casa. La democracia une, reúne y globaliza.
Contrariando a quienes creen que la globalización (también cultural) es una plaga bíblica aniquiladora, para otros es reconfortante reconocer (desde el respeto a lo particular) esta pertenencia a unas mismas costumbres, tener unos mismos usos de consumo, las mismas preferencias sociales, etc. Para muchos visitar cualquier país occidental produce la sensación de "estar en casa". La democracia política ha traído también la democracia viajera y eso globaliza.
En 1970 Alvin Toffler escribió "El shock del futuro". En contra de las fuertes críticas contra la globalización que algunos esgrimían por aquello del "peligro cultural igualitarista", el famoso libro (el primero de su conocida trilogía) defendía que la globalización aumentaría las diferencias y las libertades del ser humano al facilitarle mayores cotas de poder de elección y al multiplicarse las posibilidades de producción y diferencia a nivel mundial. Efectivamente nunca como ahora se pudo elegir entre tantas cosas. El libro acertó de pleno.
Gracias pues a aquella Radio París por ayudar, a su manera, a implantar la democracia globalizada en España.
P.D.: Quienes durante medio siglo hemos transitado innumerables veces por el tramo del Camí de Cavalls que une Punta Prima con Alcaufar nos preguntamos quién habrá sido el terrorista que ha perpetrado tamaño destrozo. ¡Vivan las subvenciones a los callados!
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