Paul Krugman es uno de los economistas más emblemáticos que tienen los llamados liberales americanos (los "demócratas", la izquierda). Se le concedió el Premio Nobel de Economía en 2008 y en España le fue otorgado el Premio Príncipes de Asturias en Ciencia Sociales en 2004. Después de impartir sus enseñanzas en varios de los más prestigiosos púlpitos actualmente es profesor en la afamada Universidad de Princeton.
Hace unos días (12 Enero 2010) Krugman, colaborador habitual del New York Times (www.nytimes.net), ha publicado en la sección del "magazine" de este periódico portavoz de referencia de esos "liberales" estadounidenses e icono mundial del periodismo, un estudio comparando las economías de USA y de Europa.
En este artículo se pregunta, escéptico, por las posibilidades del euro para sobrevivir como moneda común europea y analiza en que medida puede ayudar a superar la crisis económica el hecho de contar con esa moneda común.
Recuerda Krugman que, cuando la firma del Tratado de Maastricht en 1992, se "escondieron" de forma voluntaria los posibles y probables problemas que podría traer una moneda común en un continente europeo desigual y sin uniformidad fiscal (sin uniformidad fiscal no pueden haber acciones ni soluciones comunes). Recuerda que sólo Inglaterra se negó a entrar en el nuevo sistema común al persuadir Gordon Brown a Toni Blair a no hacerlo. Todos los demás líderes europeos lo aceptaron, algunos de ellos presionados y por miedo a ser considerados antieuropeístas.
Kruggman recuerda que mientras USA se enfrenta a la solución de la crisis con un único Gobierno común fuerte, un mismo idioma y una cultura compartida, Europa lo hace desde la diversidad más extraordinaria. De ahí las especiales dificultades con que el viejo continente se enfrenta a esta crisis al haber países, dentro de los mismos límites europeos, que ya han empezado la recuperación (Alemania) mientras otros deben de ser rescatados y otros están a punto de tener que serlo. Se augura que pronto sucederá un fuerte choque de intereses.
Mirando a España nos encontramos con un panorama muy similar y plenamente asimilable al ejemplo europeo. El abusivo desarrollo del estado de las Autonomías ha traído una división y separación efectiva del país. Una separación administrativa donde, de forma inconsciente, se rompe el mercado, se exalta la diferencia y se oculta la tradición solidaria a que induce la unidad. Ahora existen diecisiete autonomías cada una de ellas con sus propias leyes, con sus propias directrices económicas, con sus propios gobiernos y su colosal parafernalia y con sus propias ideas de cómo intentar salir de la crisis. La antigua "unidad de acción" (la uniformidad facilita la solución) se ha repartido en diez y siete pequeñas partes que luchan y se enfrentan entre ellas para conseguir las mayores prebendas posibles de lo que resta del antiguo Estado unitario. Las nuevas taifas autonómicas ya controlan la mayor parte del flujo económico que se distribuye en cada una de estas diecisiete partes del país mientras el estado central, adelgazado de competencias aunque siga recaudando buena parte de los impuestos, no hace sino repartir. Para algunos las autonomías pueden tener una cierta "buena fama" ya que no atosigan demasiado aún a sus respectivos súbditos con la recolecta/recaudación/incautación constante de impuestos sino que principalmente se dedican a gastar lo que son capaces de sonsacar al estado central. A la espera de que regrese pronto el sentido común, el día que los ciudadanos, que comprueban diariamente los despilfarros autonómicos, sean requeridos por esas mismas autonomías a pagar los tremendos impuestos que se necesitan para sufragarlos, podrá surgir una luz de solución al akelarre de gasto indiscriminado que hoy existe.
En un mundo donde las creencias están impuestas sutilmente por la publicidad interesada o por la más atosigadora intoxicación, hacer creer o querer ver lo que no es, es método común para disimular una realidad ocultada. Es la dictadura de lo invisible. La impronta nacionalista, con la cobardía colaboracionista del PP y del PSOE, ha hecho creer lo que no es. Ya no existe la solidaridad entre regiones y la igualdad entre españoles. Si en Europa hay problemas ¿como no los habrá en España?.
Mientras los políticos españoles, también los nacionalistas, acuden en solicitud de ayuda a los restantes países europeos para que les ayuden (les compren deuda) en aras a la solidaridad europea, en su propio país esos mismos políticos son incapaces de imponer esa misma solidaridad entre las autonomías españolas. Si no desde Madrid, desde Nueva York el problema se ve de forma diáfana.
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