No iba a ser tan fácil como pensábamos. El pasado viernes salí a tomar una copa feliz por encontrarme cara a cara con la nueva ley contra el tabaco, el salvoconducto que me permitiría volver a casa sin apestar a humo de segunda mano. Todo estaba marchando de lujo hasta que una rubia de bote anestesiada a trago de ron-cola le dio por encenderse un pitillo en la pista de baile de cierta discoteca. Teniendo el local su pertinente seguridad contratada no iba a ser yo el que abroncase a la muchacha algo que, además, seguro que se me daría muy mal. Ya vendrá alguien, pensé.
La tipa, muy locuaz, estaba ojo avizor por si venía el segurata de turno. A la que se acercaba el encargado, cigarro al suelo y aquí no pasa nada. Pasado el peligro el piti volvía a la boca, sin importarle cuestión higiénica alguna. La escena se repitió un par de veces y la verdad es que me molestó pero como lo de ser un chivato no va conmigo y la música me aburría bastante, centré mi atención en trazar un astuto plan para derrocar al enemigo.
A primera impresión vi que la chica no parecía ser consumidora de prensa habitual, mucho menos local, por lo que mi identidad pública quedaba a resguardo. Me acerqué a ella y cada vez que dejó caer el cigarro involuntariamente voluntario se lo apagaba con un pisotón. Pobre, todavía se estará preguntando cómo pasó.
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