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Conocí a Luis Racionero en una de aquellas veladas de las terrazas de "Sa Sinia" en Es Castell que anduvieron muy animadas en las noches de los veranos menorquines de hace ya demasiados años. Nos presentó un amigo común catalán. Los gin-tonics hicieron el resto.

A mediados de los setenta Racionero fue uno de los intelectuales que sacaban adelante "Ajoblanco". Junto a Toni Ribas, Fernando Mir…y las colaboraciones de Quim Monzó, Jiménez Losantos, etc. se publicaba aquella revista que fue como un soplo de libertad en aquella España de finales del franquismo. "Ajoblanco" fue una de las publicaciones más rompedoras de la época e introdujo en España el debate sobre la contracultura que tan en boga estaba en la Costa Oeste de Estados Unidos. De hecho, la revista abogaba por una "cultura libertaria internacionalista que condicionara el cambio social". Destilaba un anarquismo desde la procedencia ciertamente burguesa de la mayoría de los que la editaban. Significó una oposición cultural al franquismo.

Yo había sido un devoto de "Ajoblanco". Guardé la colección durante muchos años. Era la época predemocrática y era un tiempo donde efectivamente existía un sentimiento libertario en las nuevas culturas que influían en las relaciones sociales del post franquismo.

Después de la experiencia de "Ajoblanco" Racionero se convirtió en un reconocido escritor. Incluso tuvo una sorprendente experiencia política de la mano de Aznar al aceptar los cargos de Director de la Biblioteca Nacional de España y posteriormente el de responsable del Colegio de España en Paris.
En una reciente entrevista en La Vanguardia explicaba su transición desde la psicodelia californiana (estuvo en Berkeley) a esa colaboración con Aznar. Como muchos otros miembros de la generación del 68, se desengañó de una política que pervertía la realidad social. "Me di cuenta que entre comunistas y franquistas había otra vía: los hippies". Después, y como sucedió con muchos, se convirtió al liberalismo que es el pensamiento político que permite la mayor realización personal del individuo cuando consigue alejarse de ataduras estatalistas.

Amigo de Josep Pla ("Pla fue quien sostuvo la cultura catalana durante el franquismo. Pocos como él hicieron tanto para que perviviera cuando nadie podía hacerlo") y de Dalí ("Se hacía el loco. La diferencia entre Dalí y un loco es que Dalí no estaba loco. Es la persona más inteligente que he conocido") recuerda que en los años setenta Barcelona era una ciudad muy libre. "Se acababa la dictadura. Era más bien una dictablanda". Era época de ilusión. Fue la época de la música progresiva (Música Dispersa, Máquina, Pau Riba, Sisa, etc.) y de la explosión de la Ciudad Condal como crisol cultural. Recientemente, y con motivo de la entrega del Premio Nobel, también Vargas Llosa recordaba la referencia cultural que había sido Barcelona en aquellos años de libertad. Pocos se podían esperar que cuarenta años más tarde aquel espíritu libertario que invadía la ciudad a finales de la dictadura, fuese sustituido por un listado de obligaciones que han pervertido aquel sentimiento. La política casi se ha convertido en un coto cerrado para el nacionalismo más radical. Se ha institucionalizado la corrupción y se ha liquidado la libertad de prensa al subvencionarla masivamente para acallar sus críticas. Incluso hace pocos meses asistimos atónitos a la publicación de un indecente editorial conjunto de toda la prensa catalana en prueba evidente de a quien obedecían. Efectivamente Barcelona se ha transmutado en un oasis. En un oasis donde las permanentes capillitas políticas regulan toda la actividad socio-cultural y económica bajo el nuevo prisma dictatorial del nacionalismo y su agotadora reivindicación permanente.

La evolución política de las personas está siempre en función de sus experiencias personales. Racionero es un ejemplo de la generación que probó la contracultura de los sesenta, vivió el "hippismo", transitó por lo que significó el Mayo del 68 y asumió finalmente la norma básica de la libertad última. Ya lo cantaba Bob Dylan: "Have no leader".

Comentario particular: No hay nada más triste que un gracioso sin gracia, especialmente si sus pretendidas graciosidades decaen por sus evidentes limitaciones. Gracias por leerme. Me animas. ¡Keep on fooling about!