Decía Woody Allen en Match Point: "Aquel que dijo más vale tener suerte que talento, conocía la esencia de la vida. La gente tiene miedo a reconocer que gran parte de la vida pertenece a la suerte. Asusta pensar cuántas cosas se escapan a nuestro control. La pelota golpea el borde de la red y durante una fracción de segundo puede seguir hacia delante o caer hacia atrás. Con un poco de suerte se irá hacia delante y ganas.
....O no lo hará y pierdes."
¡Ah el azar¡ El azar hizo que mi hijo fuera mi hijo y no el hijo de otro y que hoy siga siéndolo.
Hace un tiempo los medios de comunicación están, una y otra vez, tirando de la manta de una serie de luctuosos sucesos que se remontan a los primeros 70 del pasado siglo, sobre el robo de recién nacidos, simplemente comunicando a los desgraciados padres que su bebé había muerto al nacer y vendiéndolos al mejor postor.
Esa manta ya se destapó entonces y se acusó del delito a una clínica privada de Madrid y a un ginecólogo de la misma, el doctor E.V,., cuyo nombre completo (y fotografía) pueden verse en un documento manuscrito que los medios enseñan cada vez que se habla del asunto.
Pues bien, en 1974 mi hijo nació en esa clínica y su madre fue atendida en el parto por ese médico, que a su vez le había hecho el seguimiento de todo el embarazo.
Recuerdo, como si fuera hoy, el día que mi hijo nació. Fue el 24 de mayo y desde la clínica, cercana a la Castellana, se oían las músicas militares del desfile de las Fuerzas Armadas.
Me trajeron al bebé a la habitación donde yo esperaba el resultado del alumbramiento y lo dejaron en su cuna. Él, sin llorar (mi hijo es fuerte, de poco llorar) me miraba con sus grandes ojos muy abiertos y yo debí decirle algo así como "encantado de conocerte, me llamo José Luis y soy tu padre". Luego bajé a las oficinas donde me dieron un impreso para llevarlo al registro civil. Ese impreso era una hoja blanca como la leche y me extrañó que a una parejita que se encontraba a mi lado le dieran dos: uno como el mío y otro de color rosa. Pregunté a la enfermera (yo, curioso, como siempre) el porqué de la diferencia y me dijo "es que el hijo de ellos ha muerto".
Ya me había parecido a mi que la expresión de aquellos padres no era precisamente de alegría. Nunca podré olvidar su rictus amargo.
Igual de amargo que el trance que todavía les tocaba pasar: dar de alta a su hijo en el registro e inmediatamente de baja, como era preceptivo en estos casos.
¿Dónde estará hoy la parejita? ¿tendrán otros hijos? ¿se habrán divorciado o estarán, plácidamente, envejeciendo juntos? Y, en última instancia, ¿qué angustias; qué dudas se les pasarán por la cabeza oyendo cómo en aquellas circunstancias quizás fueran víctimas del azar.
En mi caso, al menos, "la bola entró" como dijo John Mac Enroe.
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