Qué hicieron Antonio, Montse, Ricardo o Silvia para merecer el honor ciudadano de que figure su nombre en el cartel que nomina una calle del lugar que habitan? Algo tan extraordinario como ser electos por sus compañeros del geriátrico, la residencia, centro de jubilados, o por los que se juntan a charlar en el mejor reparo, como el/la más solidario, alegre o mejor arreglado y revalidar esa distinción en sana competencia con los de la tercera edad de su barrio, pueblo o ciudad.
Los niños y los ancianos deberían ser los únicos privilegiados en la sociedad, suele repetirse como una cantinela a diestra y siniestra en todas latitudes. La realidad, otra vez más, se encarga de sonrojar a los gobernantes que aún conservan la vergüenza frente a uno de los problemas sociales de indefensión más cuantitativos.
Todos deberíamos ir al fondo de la cuestión y procurar que la educación, en los diversos estamentos y niveles, sea tan de verdad democrática que se llegase a la ancianidad sin los acuciantes problemas de hoy. Las evidentes dificultades de tarea tan radical y laboriosa, obligan a cumplir objetivos de mínima para mejorar los días que les queden por vivir a nuestros mayores. Sus hijos y ellos mismos irían con bastón, en silla de ruedas o por propio e inseguro pie a las urnas para dar las gracias con el voto.
Hay muchas formas de demostrar a un abuelo que ni es un problema, ni estorba. Si los elementales cuidados requeridos se prestan con cariño, ternura, comprensión y respeto a sus limitaciones, y además se complementan con tareas y entretenimientos, mejoran la calidad de vida y, en consecuencia, por voluntad propia, alargan sus días por diferenciarlos placenteramente. Sus cuerpos, aún con limitaciones, conservan la fantasía y la actividad estimula las ganas de realizarla.
Aspirar, en justa lid, a ser el mejor en algo bueno, motiva y alegra el día a día. Ver el propio nombre y apellidos a continuación de la calle Larga Vida, que habría que inaugurar en todos lugares habitados, sería una noble y poderosa razón para luchar hasta un final con dignidad. Los barrios de Zaragoza, por ejemplo, tendrían sus calles Larga Vida Maribel Gracia (Torrero), Larga Vida Beatriz Sancho (Las Delicias)… Como la distinción sería tres o cuatro veces por año, se irían sustituyendo los azulejos con los sucesivos ganadores, regalándolos luego a sus dueños, y quedarían inscritos y visibles en una placa de bronce bajo el nombre de la calle Larga Vida.
En la Residencia Marimar de Benalmádena, de llevarse adelante la iniciativa, seguro que por popularidad ganaría Silvia Cocco: una argentina trasplantada y arraigada a los 82 años, por las hijas, en Andalucía. Esta señora enjuta, perfecta conocedora de sus límites, potencia al máximo los dones con que la naturaleza le obsequió: guapura y viveza. Seguro que con dos palitos en Semana Santa hace una cruz. "Tengo la suerte de los sietemesinos", dice a quien valora coquetería y buen gusto para conjuntar su variado ropero y complementos. En los distintos tonos del verde, morado y rosa con el pañuelito, collar y pulsera haciendo juego, es Cocó, como cariñosamente la llaman las cuidadoras, asociando su estilo y apellido con el de la creadora de alta costura. En el andador nunca le falta una bolsita colgada a modo de neceser en el que lleva peine, pintalabios y perfume.
El buen uso de su simpatía y trato afable, más el comprador acento argentino, hace que el término "preciosona" sea santo y seña global para adentrarse en su mundo tecnicolor lleno de música, boleros, teleteatros y artistas de cine y televisión. Hasta con una alfombra parda a la salida del ascensor, en su camino a la sala o el comedor, es la protagonista humana, accesible, de la película diaria de la nueva casa. La realidad de extras y decorados no la inhiben, los transforma a imagen de sus sueños.
"Estoy mejor a los noventa que a los ochenta y ya te contaré a los cien", dice, risueña y pícara, a los admirados interlocutores, después de haber superado el año pasado un ictus. Su carácter abierto y espíritu joven encaja mejor en los hijos y parientes de las visitas que en sus colegas que cuchichean a su paso con admiración o una pizca de envidia: "Tengo 90 años pero no soy vieja, en mi habitación siempre hay música".
Desde que Cocó, sin gafas, lea y relea esta nota hasta el día 12 de octubre, fecha de su cumpleaños, fantaseará que se hace realidad. Mientras tanto elegirá el vestido verde, su color preferido, collar, anillo y pulsera que llevaría al acto que sería invitada por el alcalde para inaugurar la calle Larga Vida Silvia Cocco. Mientras tanto ya tiene un regalo de Navidad en letra impresa que revitaliza. Además participa con los compañeros en el sorteo político de una mano para cruzar desde la acera del anonimato a la del reconocimiento: el derecho a ser más que un número de la clase pasiva que sólo genera gastos.
"Sí querido, correré la cortinilla de la placa pero no hablaré. No sabría qué decir".
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