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El trayecto de una línea férrea empieza en una estación de origen y acaba naturalmente en la llamada estación término. Todas las ideas políticas tienen un origen pero sólo algunas también un destino determinado claro. Dejando aparte los experimentos totalitarios de mediados del pasado siglo que sí pretendían un final concreto, otras ideologías siempre quieren volver al origen o mantener el status quo que administran. Tanto la versión conservadora como la visión progresista de lo políticamente correcto quieren mantener su "establishment" particular. Hay otros sin embargo, los nacionalistas, que basan el origen y el trazado de su particular línea férrea en analizar la historia desde (el origen) un punto de vista interesado (normalmente incorrecto por parcial) que conlleva a tergiversar su propia realidad histórica para buscar una estación término afín a su ideología: la independencia.

Los nacionalistas usan la llamada verdad interesada, la verdad impuesta por conveniencia. La verdad al dente como diría el juglar de las ondas. Es la que se enseña en los colegios que controlan y la que se esparce en los campos sociales a través de maliciosas semillas de enfrentamiento que abonan (¿ingenuamente?) los medios de comunicación afines y debidamente subvencionados.

Los nacionalismos son insaciables. En menorquín diríamos que "no tenen aturall". Lo venimos comprobando en esta España de las autonomías que viró, desde un pretendido sentido común inicial, al descalabro y descontrol actual.

Fijándonos en la querida Cataluña, vemos como sin que la inmensa mayoría de la sociedad catalana lo demandase, los radicales nacionalistas forzaron la reforma de una estatuto que sólo ha traído (y traerá) toda clase de problemas tanto a la misma sociedad catalana como al resto de España. Pero los políticos catalanes cuya máxima divisa es mostrar el usual victimismo y frustración como lamento incesante para caminar hacia la independencia, nunca dejan de pensar en como perpetrar su siguiente chantaje.

Después de abollar la convivencia nacional con una osadía que les deparó un fuerte varapalo (aun por aplicar) por parte del Constitucional, vemos como ahora enfilan su proa hacia la extorsión del denominado Concierto Económico.

Previendo que los dos partidos PP y PSOE seguirán siendo dóciles a sus deseos con tal de poder fingir gobernar España, los nacionalistas catalanes ya han puesto precio a un futuro apoyo a través de otro reluciente chantaje: obtener el mismo concierto económico que tienen, por historia (¿caducada?) , los vascos y navarros.

El final de la primera guerra carlista supuso respetar aquellos privilegios medievales. Pasado el franquismo, los acuerdos de la Transición mantuvieron aquellos privilegios para las tres provincias vascas y Navarra por motivos puramente políticos alejados ya de la historia.

Este peculiar sistema de financiación hace que todos los ingresos sean recaudados por y en aquellos mismos territorios y que de ellos se abone una cantidad que se fija con el Estado cada cinco años. Es el denominado "cupo" vasco y "aportación" navarra. Naturalmente lo importante del caso es calcular justamente los importes de ese "cupo" y esa "aportación" ya que en los últimos años han llegado a ser escandalosos por injustos si era comparada con las aportaciones de las demás autonomías españolas llegando a ser casi el doble de unas a favor de otras. Por tanto el concierto no debe de significar forzosamente una mejor financiación, es simplemente un método para calcular la aportación al estado por los servicios que presta. En el caso vasco "la discriminación es debida al mal cálculo del cupo influida por la coacción a cambio del soporte parlamentario en el Congreso". Y eso es lo que ahora se pretende en Cataluña.

Pero en la autonomía catalana ni hay base histórica para pedir ese Concierto ni tampoco asegura una mejora en los ingresos si no es a cambio de un nuevo chantaje al Estado. Lo que debe de reclamarse es un reparto justo y solidario entre las autonomías evitando que unas se aprovechen (vía Per, etc.) de lo que otras aportan pero sin explotar el usual victimismo de los nacionalistas. El artículo 138.2 de la Constitución dice que "las diferencias entre los estatutos no podrán implicar, en ningún caso, privilegios económicos o sociales". Dejemos que la próxima parada del tren sea Estación Solidaridad.