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Muchos amigos míos han pasado ya a la eternidad. El último, Francisco Cardona Pons, fallecido el pasado viernes, y cuyos restos mortales recibirán sepultura hoy en el cementerio de Es Castell.

Fue un amigo muy apreciado desde que lo conocí en la década de los cuarenta del siglo pasado en el entorno de la Juventud de Acción Católica, cuyo consiliario era el Padre Petrus. El formaba parte del grupo más comprometido, integrado por Marcelino Gener, Fernando Carreras, y Lorenzo Montañés, aunque era más joven que todos ellos.
Su compromiso de sintonía con los ideales de la Acción Católica en aquella época, se concretó en la asunción de varios cargos en la Junta Directiva, incluso la presidencia, y en la cooperación fundacional de la Cofradía de la Piedad y San Juan Evangelista.

Formado muy cristianamente en el ámbito familiar, su vida religiosa fue acrecentándose en convicción personal desde la infancia, y se hizo madura en el decurso de la misma, incluso en su adaptación no traumática a los cambios operados en la Iglesia y en la sociedad, sin pérdida de su profunda fidelidad a las convicciones que caracterizaron su trayectoria vital.

Dotado de afán de superación personal logró ser funcionario civil de la Administración Militar en la Comandancia de Ingenieros, y regir con eficiencia una empresa de Ferretería.
Imbuido del ideal de familia formó con su esposa Concha Natta un hogar cristiano, en que nacieron y se educaron sus cuatro hijos.
Precisamente su matrimonio, celebrado hace 60 años, se efectuó unos meses antes de mi ordenación sacerdotal, primer acto social al que acudió el novel matrimonio.
Nuestra amistad se mantuvo firme y estimulante durante todos estos años, y nos congratulábamos de saludarnos e intercambiar conversación.

Sus limitaciones de los últimos años, y las mías crecientes, disminuyeron nuestros encuentros, pero el corazón se nos llenaba de alegría, cuando lo saludaba presenciando, por ejemplo, la procesión del Encuentro, o en el Teatro Principal, los días en que actuaba su nieta Ona.

El aprecio que había originado a su alrededor se manifestó palpablemente en la masiva afluencia a la Misa Exequial, celebrada el pasado sábado en la iglesia de Santa María.
Compartiendo con su esposa Concha, y sus hijos, Pablo, José María, Benita, y Xequi, el sentimiento por la muerte de Francisco, quiero reiterar mi aprecio a su persona, y la gratitud por su amistad, que, desaparecida ahora visiblemente, continuará desde su nueva situación gracias al vínculo de comunión entre todos los miembros de la Iglesia.