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Pocos presidentes de los Estados Unidos (EEUU) han sido humillados como el presidente Obama con el resultado de los comicios legislativos y estatales. Especialmente notable ha sido el castañazo que se ha pegado en general, pero lo que ha sido degradante fue el revolcón acusado en su propio distrito feudal de Chicago, donde su antiguo escaño senatorial ha ido a parar a manos republicanas.

Los motivos de tal castigo son numerables, entre ellos el paro, la crisis económica, el incalculable déficit presupuestario, la controvertida ley de reforma socio sanitaria y las dos guerras en Asia Central. Pero el colmo ha sido el grano de arena que ha aportado el "Tea Party", un partido insignificante que ha crecido de las cenizas para convertirse en un rompecabezas para Obama. Dicho partido ha emulado el "Boston Tea Party" que fue una acción directa rebelde de los colonos en la ciudad de Boston (Massachusetts) quienes en 1773 arrojaron al mar el cargamento de té de un buque británico como oposición a la ley del Té porque creían que violaba sus derechos de ser gravados exclusivamente por sus propios representantes electos. Adoptando el lema "No queremos impuestos sin representación legal".

El "Boston Tea Party" fue un acontecimiento decisivo en el movimiento rebelde de la Revolución Americana y parece que el Tea Party actual, capitaneado en parte por la excandidata a la Vicepresidencia Sarah Palin en los comicios de 2008, ha aglutinado numerosos desafectos conservadores críticos de los astronómicos gastos de Obama para estimular la economía del país y del áspero debate de la reforma de la ley sanitaria universal.

Con poco más de un año de existencia, los adherentes del Tea Party, extremistas conservadores, se han integrado en el Partido Republicano con presencia eminente y una fuente de energía que contribuyó a la derrota de Obama en el Congreso y posiblemente de hacerse con la Presidencia en los próximos comicios presidenciales en dos años.

El horizonte congresista nos augura actividades dramáticas de los conservadores quienes optarán a obtener cambios radicales, con la posibilidad de que miembros del Tea Party intenten obligar a los republicanos a tomar medidas impopulares para paralizar el gobierno del país. Esta alternativa no puede ser bien recibida por el sector conservador moderado. Así que podemos predecir un Congreso polarizado y un presidente que intentará acercarse a los republicanos y consensuar políticas ideológicas de interés común, tales como educación, energías limpias, recursos y desarrollo, pero con escollos republicanos cuya finalidad será desgastar al presidente durante los dos próximos años, fijándose exclusivamente en el objetivo final cuya meta es la Casa Blanca.

Con la perspectiva descrita, el presidente Obama no tendrá más remedio que disociarse de los republicanos y concentrarse en llevar a cabo una política reformista acorde con las demandas populares y hacer concesiones para obtener rédito en su cometido. Quiero recordar que en 1982 el presidente Reagan acusó un serio descenso en su cuota de popularidad, pero con la consiguiente recuperación económica consiguió ser reeligido con mayoría absoluta para un segundo mandato presidencial y lo mismo ocurrió con el presidente Clinton quien después de haber recibido un varapalo en su cuota de popularidad consiguió su segundo mandato tras mover su política presidencial hacia el centro.

Yo no creo en este momento que el Tea Party pueda ser un obstáculo que impida la reelección del presidente Obama. Para empezar, no creo que lo sucedido en la debacle de Obama pueda significar un cambio fundamental en la alineación y estructura de la política americana. Referente al electorado bisagra que siempre afecta el resultado electoral quiero decir que no suele prestar mucha atención a los acontecimientos políticos. Normalmente actúa de una manera pragmática y si los tiempos son buenos no ven por qué cambiar el equipo gobernante, pero si los tiempos son malos es porque los gobernantes no han hecho los deberes adecuadamente y es hora de dejar las riendas de la política estatal a gente más competente.

Está claro que el electorado no votó contra Obama sino que votaron contra su agenda política. Los votantes rechazaron el Partido Demócrata antes de dar un claro mandato a los republicanos. No le quedará más remedio a Obama que reconstruir su heterogénea alianza y tendrá que empezar con los obreros, respetarles y acercase a ellos. El hecho de que los obreros se han apartado de los demócratas no es un fenómeno nuevo. Durante los '80, los denominados "Demócratas de Reagan" votaron para los republicanos en cantidad y ahora se han revuelto contra Obama. La coalición social que le llevó al poder, ahora le ha castigado.

Un poco de contrición no basta. Obama se muestra disgustado por el fiasco electoral de su coalición, pero no se da cuenta que todavía no ha comprendido el mensaje del electorado. Sus políticas son demasiado progresistas para América. Algunos conocidos dicen de él que es una persona con principios rígidos para aceptar una nueva línea política, pero los cambios cosméticos no serán suficientes y Obama tendrá que cambiar el tono y sustancia de su presidencia y si no se conforma es porque no quiere entender el mensaje del electorado. Aquí hay una lección que aprender.

Obama fue catapultado en el cargo presidencial por la credulidad sincera de los votantes que finalmente se han dado cuenta que se había pasado. Él promulgó más legislación liberal que sus dos antecesores: Bill Clinton y Jimmy Carter, pero bastó menos de un año para solidificar la resistencia en su contra. Obama proclamó que quería ser un presidente transformador y creyó que el alcance de su mandato era ilimitado. Se olvidó que la gente se decantaba por el cambio de gobierno de Bush y su "pandilla", nada menos pero nada más tampoco.

Obama, si quiere ser reelegido en 2012, deberá adecuarse a la realidad y deberá rectificar su agenda política y no olvidarse de los precedentes que convirtieron las derrotas en éxitos: Buscar la vía hacía el centro.