A la luna de Valencia
Munar y la Pantoja
No me cuesta imaginarme a las dos, Pantoja y Munar, Munar y Pantoja, cantando por lo bajini "hoy quiero confesar que estoy algo cansada de llevar esta estrella que pesa tanto, que perdí en el camino tantas cosas...". Y es que de las cosas del querer no voy a hablar -no hay comparación posible entre Paquirri y Cachuli, y a Munar no le conozco amores- pero lo de sus devaneos judiciales tiene tela. ¿El, en este caso la, chorizo nace o se hace? ¿Qué necesidad tenía una de las más populares tonadilleras de España o la política más carismática del archipiélago balear de meterse en los berenjenales que las sentarán en el banquillo? ¿No era suficiente ganarse muy bien la vida haciendo algo que les gustaba, que les proporcionaba bienestar económico, cariño incondicional y adulación sin límites? Pues parece que no. Habrán sido las malas compañías, ellas sólo pasaban por allí, se justificarán, pero eso no les librará del mal trago del juicio. Lo mínimo que merecen, para el común de los mortales, quienes no han sabido devolver en positivo la oportunidad que la vida les ofreció en forma de punto de partida que para sí muchos hubieran querido.
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