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En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando la literatura barroca -y más la oratoria sagrada- ya no era sino una degeneración exagerada de retórica y artificios ornamentales, el Padre Isla escribió la "Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes", una parodia despiadada en clave de humor que pone en ridículo el barroquismo de los oradores, caracterizando al protagonista -de educación deficiente pero dotado desde niño para aprender y recitar de memoria cualquier cosa que oyese a los clérigos que frecuentaban su casa- por su mal gusto y su audacia a la hora de emplear frases rebuscadas y carentes de sentido, a pesar de la admiración de familiares y vecinos, que le auguraban grandes éxitos."Levantóse, pues, con bizarrísimo denuedo, volvió a hacerse cargo de todo el auditorio con grave y majestuoso despejo, tremoló sucesivamente sus dos pañuelos, primero el de color, con que se sonó en seco, y después el blanco, que pasó por la cara ad pompam et ostentationem. Entonó su Alabado con voz gutural y hueca. Persignóse espurriendo bien la mano derecha; y teniendo con la izquierda la parte anterior de lo que se llama muceta en la capilla, propuso el texto sumisa pero sonoramente. Y dio principio a su sermón de esta manera". Todo ello me vino a la memoria tras la celebración del II Foro de la Illa del Rei, donde cinco menorquines de adopción, cinco enamorados de Menorca, hablamos desde nuestras propias perspectivas de su presente y de su futuro, unos con más acierto que otros -siempre pasa-, pero todos con cariño, con mucho cariño a la Isla y a su gente. Escogí el tema del campo, que me apasiona, y defendí la importancia de los payeses, pidiendo para ellos un trato que les incentive a entrar y a permanecer en el mundo rural, lo que exige un indudable esfuerzo de todos y, especialmente, de las administraciones públicas; sentí el calor del auditorio. Otros, más valientes, se decantaron por el turismo -tema complejo y a mi juicio nada fácil-, y Gabilondo, maestro del decir, manifestó su preocupación por la indecisión de los menorquines respecto al modelo a seguir: o chupas, o sorbes; o como dice el viejo refrán, el que repica no puede estar en la procesión. Mucha gente en el Foro, un debate abierto y simpático, palmadas, felicitaciones y a otra cosa. O eso creía yo.

Porque hay un sector social de la Isla que no quiere eso y, a modo de la gauche divine de la Francia del 68, parece olvidar que desde entonces han pasado mucho tiempo y que la sociedad y el mundo en general han sufrido y siguen exigiendo transformaciones que no pueden ser soslayadas; es un sector que parece detenido en el tiempo, y que sus visos de modernidad y muchos de sus argumentos son anacrónicos; un sector al que simplemente no le gusta que vengan forasteros a exponer sus consideraciones. Y así, en los días siguientes la discusión saltó a las páginas de los periódicos, con gente que estuvo allí pero que nada dijo, pudiendo haberlo hecho, y con otros que no estuvieron pero que querían opinar de oídas. Opiniones todas ellas respetables, faltaría más, pero de las que quiero resaltar dos factores de preocupación: el primero, que en ese debate posterior se parte por alguno de los no asistentes de afirmaciones que no se dijeron en el Foro, porque yo que estaba allí no las oí; nadie habló de querer "balearitzar i valencianitzar Menorca", ni ese tema salió a colación entre el público que también participó -sí que desde Mallorca se ponían muchas trabas burocráticas-; partir de una premisa inexistente para sacar conclusiones no deja de ser -lamento decirlo- un sofisma, un aparente con que se quiere defender o persuadir lo que no es verdad. El segundo, el trasfondo latente en la insistente diferenciación entre 'indígenes', isleños o lugareños y 'forasters', turistas, visitantes o viajeros, a quienes se atribuye por definición, es decir, por que sí, sin más, su desconocimiento del esfuerzo que ha costado mantener la Isla como está gracias a una voluntad proteccionista mayoritaria de los 'menorquins', de quienes se dice -por algunos- que consiguieron superar hace más de cien años la economía rural con una revolución industrial propia que empezó a marcar las diferencias con los demás y que seguramente constituye el hecho diferencial y a la vez el origen de los problemas de Menorca y de la desorientación de sus habitantes "Aquí mos havíem mal acostumat que el capital ha de tenir iniciativa. I capacitat de moure's en les circumstàncies més difícils. I de crear riquesa col·lectiva. I també de lamentar-se permanentment, perquè açò formava part del joc. Les potencialitats de Menorca són immenses i singulars. Ara hauria de ser l'hora d'impulsar noves iniciatives i d'aprofitar la crisi per crear i innovar, i construir el futur." Aportar alguna idea para construir ese futuro sin olvidar el presente era el objetivo del II Foro, porque sin un objetivo claro es muy difícil empezar a hacerlo: como bien se ha recordado, "todos los sujetos involucrados deben mirar hacia el mismo punto y trabajar en la misma dirección visualizando constantemente su meta. De no ser así, se dispersan los propósitos y lo único que se consigue es neutralizar el propio esfuerzo, por lo que la meta común no se consigue".

Ahora bien: me preocupa esa obsesiva diferenciación entre menorquines y los demás; metodológicamente, porque es muy difícil catalogar quién es menorquín y quién no: si sólo el nacido en la Isla, aunque haya permanecido unas semanas en ella; el nacido con antecedentes generacionales, y en ese caso cuántos y cuáles; o el no nacido que haya permanecido un tiempo determinado. Racionalmente, porque si el mero trámite administrativo de empadronarse concede el derecho al voto del lugar de empadronamiento, la voluntad de los menorquines, esa que ha hecho permanecer la singularidad de la Isla, sería la de los empadronados y excluiría a los que no lo fueran, aunque hubieran nacido en Menorca. Sociológicamente, porque pretende marcar una diferenciación odiosa por excluyente y, por tanto, retrógrada y pasada de moda. Por ello no puedo aceptar que esos menorquines de imprecisa delimitación miren a los que no lo son -que no son como ellos creen que deben ser- como a seres de segunda. Porque eso es paletismo, como bien recordaba hace unos días la columnista de "ABC" y enamorada de la naturaleza Mónica Fernández Aceytuno: "Ésta es quizás la cualidad más significativa del paleto: que la pequeñez de su espacio es proporcional a la de su pensamiento, porque el espacio del paleto no es grande, aunque lo aparente, sino extremadamente pequeño. Todo aquello que podría agrandar su mirada, su alma y su espíritu lo rechaza, porque el paleto prefiere el cercado al horizonte abierto".

Pero a pesar de ello -de ellos- Menorca se merece todo; y su gente -toda su gente- más. Y en lo que podamos ayudar, ahí estaremos.