Desde el comunicado emitido hace tres semanas, ETA ha enviado dos nuevos mensajes a través de medios afines sobre sus intenciones de dejar las armas. De la peculiar retórica y la ambigüedad interesada en que se expresa generalmente se aprecia una voluntad más decidida que en ocasiones anteriores de poner fin a esa descabellada aventura de cinco décadas sin otro resultado que sangre y dolor.
Debilitada por el acoso policial, por la firmeza de la sociedad y el sistema democrático, por la unidad de gobierno y oposición en esta lucha, la organización terrorista busca una salida negociada y la megafonía de foros internacionales que evite la imagen de rendición. Pero esta vez hay algo más, la propia plataforma sociopolítica a través de la cual ha intervenido en las instituciones y en la opinión pública ha presionado a la organización terrorista para el abandono definitivo de las armas. Ese cambio vislumbra que no será inmediata, pero salida sólo hay una, el abandono definitivo y sin condiciones de la lucha armada, el único anuncio que la sociedad espera. El silencio del Gobierno apunta en la misma dirección, ETA agotó su última oportunidad negociada y sus comunicados ahora provocan indiferencia como respuesta.
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