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Un regalo debe cumplir con el buen gusto sin molestar la cartera de quien lo hace.

El otro día asistí a un almuerzo de esos a los que uno no puede negarse. La cosa, para más señas, fue en un conocido restaurante madrileño. El anfitrión celebraba un éxito personal. Al banquete asistieron invitados de muy distinto pelaje y condición, cuatro o cinco familiares, amigos, gente del arte, algún periodista y algún escritor. El día antes me llamó uno de los invitados. ¡Pepe Mari!, ¿vas a la comilona, no? A ver... Pues óyeme, ¿tú vas a llevar algo?, ¿lo qué? ¡Coño! Pues un detalle, lo de siempre, la botella de vino, unas flores para su mujer, cosas así, ¿no? Pues mira Paco, no voy a llevar nada porque afortunadamente, como la invitación es de restaurante y no en su casa como la última vez, tengo para mí que no debo llevar nada.

En esas dudas se anda de ordinario el personal que tiene que acudir a un ágape. Por eso, con el permiso de ustedes he pensado tratar este asuntillo del urbanismo social, de cuando hay que asistir a un almuerzo o una cena.

Si el ágape va a tener lugar en la casa de quien nos invita, sí se puede y hasta se debe ir con un detalle, una botella de un buen vino, aunque nunca un vino de esos de factura honorosa, que lo hay de más de 600 euros la botella, basta con un reserva de confianza del que tengamos probada su calidad, quizá un Pesquera, un Muga, un Petrus es un distintivo de buen gusto que cualquier anfitrión que sepa algo de vino seguro que agradecerá. También queda bien un buen coñac, un Larios 1866 sería perfecto. Y si es un whisky, un Chivas o cualquier buen escocés. Se trata, ya digo, de un detalle, nunca de algo ostentoso. A la señora de la casa se la puede llevar una cajita de pastas de té, una caja de bombones, una rosa, un libro si sabemos qué autor le gusta o qué tipo de lectura.

Otros detalles van aparejados a esa vecindad de la fecha del año en que tengamos el compromiso. No es igual cumplir con una invitación en verano que en invierno. Para que se entienda les pongo algún ejemplo: en plena canícula de un tórrido mes de agosto, olvídese usted de regalar bombones porque estos llegarían a las manos de la señora de la casa pringosos, blandos o incluso desnaturalizados por el calor. De manera que, más que tener la tentación de llevarse uno a la boca, es posible que la anfitriona los deposite directamente en el cubo de la basura. Tampoco en verano es una buena idea regalar un jamón porque dejará de entrada el envoltorio con unos manchurrones de grasa horribles.

En Menorca, o para mandarlo fuera de la isla en ocasiones puntuales, queda muy apropiado un queso, que puede ser un detalle agradecido en cualquier estación del año, un buen semi-curado o un curado de la cooperativa Coinga es una garantía de que le hará quedar bien sobre todo si usted sabe que quien va a recibirlo es amante del buen queso. En cualquier caso, regale siempre que pueda productos menorquines.

¿Por qué decía al principio que una invitación en restaurante me liberaba de llevar un detalle? Pues sencillamente porque a quien nos invita no podemos ponerle en el aprieto de salir cargado del local con botellas, cajas de puros o quesos. Todo eso se debe mandar por mensajero a la casa del anfitrión, pero no lo hagan nunca antes del convite, háganlo inmediatamente después, un día o dos después. Tampoco un mes más tarde porque no guardaría relación de causa efecto.

Los detalles no deben ser voluminosos ni tampoco ostentosos y nunca debemos, si hemos mandado una figura, una pequeña talla, un cuadrito de un pintor local, de un autor, pongo por caso, menorquín, el día que vayamos a esa casa preguntar: oye, ¿dónde has puesto la estatuilla de ébano que te regalé?, ¿dónde has colgado el paisaje de Carlos Mascaró? Puede que aún no le hayan encontrado ubicación y nuestro interlocutor tenga que contestar: pues mira, aún no he tenido tiempo. O sea, que lo ponemos en un compromiso doloso.

A veces la situación ante un regalo se nos pone amable porque sabemos de antemano que quien nos ha invitado colecciona bastones, botellas de coñac, libros de cocina, cuchillos de remate para montería, pipas antiguas o figuritas chinas de caolí.

¡Cuidado con querer ser muy original! El año pasado me despertó un amanecer los lastimosos balidos de un corderito llamando a su madre, que parecían venir de mi jardín. ¡Y tanto que venían del jardín! A un amigo no se le ocurrió otra ocurrencia que dejarme un corderito vivo en el jardín. Que de primera intención de un precioso bonsái, no me dejó más que la maceta, antes de liar la serenata de los lastimosos balidos.