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N o estaba muerto, estaba de parranda", cantaban "Los Manolos" y recuerdo la cancioncilla cada vez que el cotilleo y el morbo de la gente y/o la desmesurada avidez periodística convierten en crimen sangriento lo que, afortunadamente, no suele serlo. Usted va por el Claustre, se sofoca por la ola de calor africano, se cae al tropezar con un gitano, abriéndose una brecha en la ceja, y cuando el incidente llega a Vives Llull, resulta que ha sido víctima de una reyerta y le han molido a palos.

Si sangra profusamente porque se ha roto la nariz, ni le cuento, le han cosido a navajazos y está al borde de la muerte. Ojo con ser una torpe y pegarse en la esquina de la cama cada vez que la hace y con apretarse hasta el moratón las gafas de nadar, cuando llegue a la puerta del colegio habrá quien asegure que es víctima de la violencia machista. Nos puede la inventiva, el piensa mal y acertarás, la exageración, el baño de sangre. Y luego, los periodistas (no todos), que también son gente, contribuyen al desaguisado. Si la cosa vende, pues ¡hala, al lío!, el presunto agresor pasa a violador en serie o el pariente sospechoso a pederasta o el tropezón a agresión y el que venga detrás que arree.