La Isla se ha acostumbrado a vivir la precipitación del mes de agosto, ese tiempo en el que la demanda supera la oferta y determinados servicios se ven desbordados. Se han repetido episodios de falta de provisión de combustible en algunos surtidores, infraestructuras insuficientes, particularmente en la red viaria, y prestaciones de calidad cuestionable, son quince días de actividad acelerada, un fenómeno de estacionalidad que con el paso de los años se ha acentuado.
En ese contexto ha surgido en más de una ocasión el consecuente debate sobre la necesidad de preparar la capacidad de Menorca para responder satisfactoriamente a esa presión puntual o si constituye una circunstancia que ha de capearse hasta donde sea posible. En el primer caso, supondría una provisión de recursos exagerados para el resto del año, una desproporción que no hallaría consuelo en la rentabilidad, que es al fin y al cabo, el criterio que ha de guiar la respuesta. En el segundo, surge el riesgo de una imagen de saturación e insuficiencia y la insatisfacción del visitante perjudicado por ello, unas consecuencias infinitamente menores pero que obligan a trabajar en la otrora famosa desestacionalización.
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